De nuevo me encontraba en pie y avanzando. Eran ya tantas las veces en las que me habían pisoteado, que estaba harto de regresar a la vida.
¿Quién había sido esta vez? ¿Quién? No lo sabía. En realidad, no me importaba. Me retiré sin esperar a ver las manos que me habían traído de vuelta al mundo, no sabía si agradecerles, o escupirles. ¿Quién se lo había pedido, de cualquier manera? Yo no, por supuesto. Pero, ¿cómo culpar al responsable? Había sido un acto abnegado y bondadoso, y por más furioso que me encontrara, no podía comportarme tan grosero con mi salvador.
Escapé inmediatamente. Aún podía escuchar su voz en el marco de la puerta, suplicándome que regresara, que aún no sanaba por completo. Tampoco me importaba. No necesitaba de tanto tiempo para curarme; bastaban unas cuantas horas de reposo para que la más grave de las heridas cicatrizara por completo en mi cuerpo.
Esta inusual característica, lejos de haberme hecho sentir bendito, me había convertido en un monstruo encarnado en piel humana. La imagen que la gente veía en mí era la del mismísimo Delgurth, el señor de la oscuridad. Los insultos y rechazos eran ya cotidianos, pero nunca me dejaron de lastimar, ni logré acostumbrarme a ese sentimiento de aislamiento, de soledad. Mis padres fueron muertos por la misma causa. En cuanto los pueblerinos se enteraron de mis inusuales habilidades, mis padres fueron ejecutados en público, para que nunca más pudieran procrear oro monstruo.
Sin embargo, en mi vida he guardado rencor a nadie por mi destino injusto y cruel, ni siquiera a los verdugos de las únicas personas que pudieron llegar a quererme. Lo único que me acompañaba era una tristeza infinita por haber nacido, por encontrarme solo desde que tengo uso de memoria. Esta compañera me llevó a cometer dos actos injuriosos en contra de mi existencia, sin lograr trascender en ninguno de ellos. Mientras escapaba de mi salvador, tomé una arriesgada decisión, luego de entender por fin que el problema no era completamente yo, sino sólo una parte de mí.
Esta decisión fue la chispa que me devolvió a la vida, omitiendo los intensos cuidados de esa persona a la que nunca llegué a ver.
Agonizando, en el momento en que mi mundo se llenaba de sombras, pude ver mi cuerpo parado frente a mí. Me sonreía. Comenzó a cubrirse de sombras, consumiéndose al mismo tiempo que mi vida. Me hizo un gesto de incredulidad y movió su dedo índice en señal de negación. Era imposible distinguir mi cuerpo entero, ya sólo podía ver una parte de mi rostro y la parte superior de mi torso con claridad. Mi otro yo se llevó una mano a la altura del rostro y chasqueó los dedos con fuerza. Una pequeña chispa nació con la fricción y se convirtió en una diminuta llama, sostenida sobre mis yemas. Al abrir la mano, la flama creció hasta abarcar la palma completamente abierta. La oscuridad comenzó a retroceder. Mi otro yo se hizo un poco más visible. Entonces, acercó la otra mano hasta que las dos quedaron a una corta distancia. La flama entonces creció y se pegó a mis palmas. En ese momento, mi cuerpo, con una amplia sonrisa, extendió los brazos y dejó que la llama se convirtiera en un poderoso fulgor que iluminó la escena entera. Después de ver esa imagen mientras agonizaba, comprendí por fin lo que podía llegar a hacer con mi destino y mi inusual poder.
No soñé una señal, ni una profecía. Simplemente me permití quitarme la venda de los ojos, para poder ver mi situación con un enfoque totalmente nuevo.
Contemplé la gigantesca luna que coronaba el cielo con su luz menguante por encima del espeso bosque que atravesaba. Sellé mi promesa con esa luna azul. Por primera vez en muchos años, logré esbozar una sonrisa.
¿Quién había sido esta vez? ¿Quién? No lo sabía. En realidad, no me importaba. Me retiré sin esperar a ver las manos que me habían traído de vuelta al mundo, no sabía si agradecerles, o escupirles. ¿Quién se lo había pedido, de cualquier manera? Yo no, por supuesto. Pero, ¿cómo culpar al responsable? Había sido un acto abnegado y bondadoso, y por más furioso que me encontrara, no podía comportarme tan grosero con mi salvador.
Escapé inmediatamente. Aún podía escuchar su voz en el marco de la puerta, suplicándome que regresara, que aún no sanaba por completo. Tampoco me importaba. No necesitaba de tanto tiempo para curarme; bastaban unas cuantas horas de reposo para que la más grave de las heridas cicatrizara por completo en mi cuerpo.
Esta inusual característica, lejos de haberme hecho sentir bendito, me había convertido en un monstruo encarnado en piel humana. La imagen que la gente veía en mí era la del mismísimo Delgurth, el señor de la oscuridad. Los insultos y rechazos eran ya cotidianos, pero nunca me dejaron de lastimar, ni logré acostumbrarme a ese sentimiento de aislamiento, de soledad. Mis padres fueron muertos por la misma causa. En cuanto los pueblerinos se enteraron de mis inusuales habilidades, mis padres fueron ejecutados en público, para que nunca más pudieran procrear oro monstruo.
Sin embargo, en mi vida he guardado rencor a nadie por mi destino injusto y cruel, ni siquiera a los verdugos de las únicas personas que pudieron llegar a quererme. Lo único que me acompañaba era una tristeza infinita por haber nacido, por encontrarme solo desde que tengo uso de memoria. Esta compañera me llevó a cometer dos actos injuriosos en contra de mi existencia, sin lograr trascender en ninguno de ellos. Mientras escapaba de mi salvador, tomé una arriesgada decisión, luego de entender por fin que el problema no era completamente yo, sino sólo una parte de mí.
Esta decisión fue la chispa que me devolvió a la vida, omitiendo los intensos cuidados de esa persona a la que nunca llegué a ver.
Agonizando, en el momento en que mi mundo se llenaba de sombras, pude ver mi cuerpo parado frente a mí. Me sonreía. Comenzó a cubrirse de sombras, consumiéndose al mismo tiempo que mi vida. Me hizo un gesto de incredulidad y movió su dedo índice en señal de negación. Era imposible distinguir mi cuerpo entero, ya sólo podía ver una parte de mi rostro y la parte superior de mi torso con claridad. Mi otro yo se llevó una mano a la altura del rostro y chasqueó los dedos con fuerza. Una pequeña chispa nació con la fricción y se convirtió en una diminuta llama, sostenida sobre mis yemas. Al abrir la mano, la flama creció hasta abarcar la palma completamente abierta. La oscuridad comenzó a retroceder. Mi otro yo se hizo un poco más visible. Entonces, acercó la otra mano hasta que las dos quedaron a una corta distancia. La flama entonces creció y se pegó a mis palmas. En ese momento, mi cuerpo, con una amplia sonrisa, extendió los brazos y dejó que la llama se convirtiera en un poderoso fulgor que iluminó la escena entera. Después de ver esa imagen mientras agonizaba, comprendí por fin lo que podía llegar a hacer con mi destino y mi inusual poder.
No soñé una señal, ni una profecía. Simplemente me permití quitarme la venda de los ojos, para poder ver mi situación con un enfoque totalmente nuevo.
Contemplé la gigantesca luna que coronaba el cielo con su luz menguante por encima del espeso bosque que atravesaba. Sellé mi promesa con esa luna azul. Por primera vez en muchos años, logré esbozar una sonrisa.
1 comentario:
Woo !!
Tu inicio es muy chido.
Noto un dejo de incoherencia... el primer párrafo tiene diferente conjugación que el segundo. Si quieres dejarlo así, yo que tú me preparaba para que se preguntaran quién es el primer narrador y por qué se cambia la perspectiva del relato. Si tan sólo pusieras un enter de más se vería congruente como epígrafe, y pasaría al marco del apratexto, saliendo de la narración cotidiana, pero dejaría de tener ese choque con la conjugación.
"Mi otro yo se llevó una mano a la altura del rostro y chasqueó los dedos con fuerza. Una pequeña chispa nació con la fricción y se convirtió en una diminuta llama, sostenida sobre mis yemas. Al abrir la mano, la flama creció hasta abarcar la palma completamente abierta. La oscuridad comenzó a retroceder"
Esta frase me encantó. Describiste magistralmente algo que siempre he tratado de hacer en mis textos.
Jaa na !!
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