My life, has been extraordinary: blessed and cursed and won.


jueves, 27 de septiembre de 2007

Shials...

Mmmm.... A decir verdad, hoy no tengo nada que escribir. Ha sido un día largo y pesado, pero no ha sucedido nada relevante. Esta semana ha sido extenuante, por lo que un buen descanso el fin de semana sería muy bien recibido. Y no hablo de descansar en mi casa, sino de irme a relajar con los amigos, como cualquier joven lo hace, por supuesto.
Las opciones de diversión escasean en estas fechas. La película de Halloween, de Rob Zombie que quería ver, no aparece en las listas de estrenos en los cines. Naruto ha sido inconstante, los capítulos del anime han aparecido intermitentemente, una semana si, una semana no. Y el manga esta buenísimo, pero muy corto. La televisión no ofrece nada bueno, y las temporadas de las series buenas están llegando a su fin.
Ah si, no he encontrado el balance entre el servicio social y los trabajos y tareas en la escuela. Me está costando mucho trabajo el poder encontrar un balance y quedar bien en ambos lados.
Para colmo de males, me duele mucho la cabeza.

martes, 25 de septiembre de 2007

¿Quién definió al fénix como ave mitológica?


Hoy conocí a un fénix. Revoloteó sobre mi cabeza y derramó sus suaves llamas en mi interior, bañándome con el fuego de la purificación. Me habló en el lenguaje de la imaginación, el cual había dejado de dominar durante un tiempo, uno turbulento donde mi barco no encontraba un muelle seguro en medio de una tormenta de ajustes en mi vida.
Llegó recientemente, batiendo sus alas y abrazándome con su cálido y reconfortante cuerpo. Acicaló mi cabeza, removiendo toda ceniza, basura y oscuridad.
Y después de que se fué, encontré un espejo que no proyectaba mi reflejo en su superficie. Sonriéndome, como un amigo que llega después de una odisea digna de ser escrita por Homero, se erguía triunfal, Aldous.

lunes, 17 de septiembre de 2007

MI REINO POR UN FÉNIX

Mis ánimos han decaído. Mi seguridad y confidencia como futuro escritor se han caído. Es hora de mi caída, de la muerte de mi esperanza. El plan de vida mental trazado se ha destruido, mis murallas han cedido. Y todo por una crítica que me ha abierto los ojos. La desconfianza que me invadía en las noches de creación insípida y corrección soberbia por fin ha demostrado ser real. No era un producto de mi paranoia, sino una punzada de realidad que trataba de desinflar el globo de arrogancia en el cual me estaba metiendo. Por el momento trataré de aferrarme a aquello que considero mi don, aunque me parezca que se escurre inexorablemente como fina y delgada arena.
Muerto deseando poseer una pluma del fénix que me ha rescatado tantas veces en anteriores ocasiones.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Bienvenida tardia

Vaya, es la primera vez que escribo directamente en el blog, hasta ahora solo me dedique a subir cosas a la red. Bueno, quiero aprovechar para darle la bienvenida a los visitantes de este blog. Hasta ahora habia pensado que un blog era para una persona que no tiene nada que hacer, pero descubri que son muy efectivos cuando se desea publicar algo. Jejeje, bueno X ya todos dicen todo lo bueno que tienen los blogs, asi que yo dire que el peligro radica en que son muy adictivos jejeje.

martes, 4 de septiembre de 2007

Mi Venganza (cuento) Nota: todos los cuentos tienen derechos de autor. Su uso para cualquier fin lucrativo será considerado plagio y robo.

Refugiados por el manto nocturno, los niños se acercaron a la pared.
- Oye espera, te quiero preguntar una cosa – le dijo Cely a Mario.
- ¿De que se trata? – le respondió.
- Quería saber... – comenzó.
Se escucharon pasos en la casa, y el sonido de la puerta rechinante al ser abierta. Mario se abalanzó sobre Cely y le cubrió la boca.
- Shh – susurró.
La criada de la familia salió a depositar una cubeta en el cobertizo, y luego volvió a entrar.
- Cely, ¿estas segura de que quieres hacer esto? – le preguntó Mario.
- Totalmente.
- Entonces, vamos.
- Espera... lo que te iba a preguntar....

Cely, vestida de negro al igual que todos los presentes, se acercó temerosa a ataúd de su madre. Los labios le temblaban, las manos se encogían deteniendo su corazón, sus ojos derramaban silenciosas lágrimas. Verla por última vez. Tendría que ponerse de puntitas para alcanzar el borde del ataúd. Un paso más. Uno más. Se dio cuenta que no podría darlo. Su madrina le extendió una hermosa vela gruesa encendida. Cely la sostuvo delicadamente entre sus manos. Miró la flama. El hermoso fuego bailando sobre el pabilo, derritiendo toda esa materia, terminando una forma de existencia y empezando otra.
Una mano se posó sobre su hombro. Era pequeña como la suya, segura de si misma, tal y como Cely. De alguna manera, ese gesto le proporcionó valor. Cely bajó la cabeza. Aún en las circunstancias más adversas, reconocería esa mano. Era Mario. El muchacho la rodeó con el brazo, instándola a que se recargara sobre su pecho para llorar. Cely le cedió la vela, y Mario la retiró de ambos para que no les causara daño. Cely hundió su cabeza en el pecho de Mario, deshaciéndose en llanto. La suave textura de la camisa negra de Mario le sirvió de almohada para desahogarse. Los ojos de Mario permanecían impasibles, ajenos al dolor de Cely, pero llenos de empatía hacia su amiga. Respiró el suave olor de su cabello, que se enredaba en su nariz y le molestaba en los ojos. Aquella fresca fragancia que Cely siempre usaba lo embriagaba como nada en el mundo. Lo atraía inexorablemente. La estrechó aún con más fuerza. La encaminó hacia el ataúd, y Cely, sintiéndose más segura con su mejor amigo al lado, pudo ofrecerle una rosa blanca a su querida madre.

Nuevamente, Mario estaba con ella. Se sentía invencible cuando estaban juntos. Cely iría al fin del mundo y Mario la acompañaría hasta él. Estaba totalmente segura de que nunca estaría sola mientras lo tuviera a él.
- Cely – la llamó su madrina.
Cely despertó como de un sueño, y se encaminó junto con su amigo a la oficina del notario. Claro está que, en aquel pueblito, la oficina era la sala de estar dentro de la casa del notario público. Cely ocupó un sillón junto con Mario, y su madrina ocupó el otro. Martín Cuellar se colocó sus anteojos y comenzó a leer el testamento en voz alta.
- “Y así es como yo, Magdalena Macías de Torres, dejo en posesión de mi comadre Ilia González, la mitad de los ahorros de toda la vida, con la condición de que administre la mitad de esos ahorros en despensas y gastos de educación para mi hija Celia Macías Torres. Mi patrimonio restante, mis ahorros y mis muebles, se los heredo todo a mi hija Celia. Y a mi hermana Leticia, a quien le mando muchos saludos, le dejo lo único que siempre quiso: mis aretes de oro con el collar de oro. Señor notario, por favor haga usted entrega de la pequeña caja de madera que le dejé la última vez que nos concertamos en su oficina”. Una herencia corta si se me permite – dejó sus anteojos en la mesita de centro, y bebió de su vaso de plástico un sorbo de agua – . Y bastante extraña. Haber niña, tu madre te quiso dejar esto – tomó de un estante lleno de libros una caja de madera, tal y como su madre la habría descrito.
Le entregó la caja junto con una llave que abría un diminuto candado soldado a la tapa. Cely la tomó como si de una reliquia se tratara, y la colocó cuidadosamente en la mesa de centro. Tomó la llave y abrió la caja de madera. A primera vista, no se apreciaba nada de alto valor; sólo contenía una fotografía vieja de dos niñas abrazadas, un amarillento papel sacado de un bloc de notas y un viejo retrato de un hombre cuarentón. Aquello representaba la verdad escondida de Cely durante doce años.

La carta cayó al piso, hecha bolita.
- No – negó ella.
- ¿No? – preguntó Mario.
Las lágrimas comenzaron a escurrir por su rostro. La verdad era más hiriente que un balazo directo al corazón.
- Es que no puede ser cierto, Mario...(sniff)..n-no puede-e ser cierto. ¡No puede ser! – Cely estaba al borde de la locura.
Mario la tomó en brazos y la estrechó fuerte. Cerró los ojos para concentrar toda su fuerza en la siguiente frase. Lo que le dijera la afectaría por el resto de su vida. Estaba a punto de comenzar, pero Cely lo interrumpió.
- ¿Sabes tu lo que se siente al descubrir que todo lo que diste por sentado en tu vida resulta ser una pinche mentira? – le preguntó, con un tono hiriente.
- Cely, tienes que calmarte – le susurró.
Para eso, Mario no tenía ningún comentario filosófico ni existencial. Sólo la podía calmar hasta que se le ocurriera algo brillante para decirle.
- ¡El mundo es una puta mentira!, ¿¡Me oyes Mario!? ¡Nunca confíes en nadie! Nadie te dice la verdad. En lo que a mi me importa, todo lo que me han dicho son mentiras.
- Cely, sabes que yo no soy una mentira, y mi amistad hacia ti tampoco lo es. Ahora, cálmate y piensa por qué tu tía decidió ocultarte lo de tu madre.
- Eso no es ningún misterio. Lo dice todo en la carta – respondió secamente.
Mario leyó la carta de inicio a fin, devorando cada palabra. Se sorprendió mucho para el final de la misma. La hoja resbaló de sus manos, y cayó al suelo, meciéndose con el aire. Cely miró a Mario desde el viejo sillón de su sala. Mantenía los brazos cruzados en señal de espera. Mario mantenía la mirada perdida en el horizonte. Razonaba cada palabra, cada sentido, sufría cada punzada en el corazón al recordar aquella carta. Decidió que aquella debía ser la peor carta que se le podía escribir a un ser humano. Se llenó de empatía al ver la expresión de Cely.
- ¿Qué piensas? – preguntó a la niña.
- Que quiero conocer a mi madre, y cuando la encuentre, me vengaré de ella de la manera más cruel posible – contestó, con un brillo lunático en los ojos.

Mi estimada Cely. Espero que te estén cuidando bien en estos momentos, y que mi ausencia no haya dado pie a carencia alguna. Como sabrás, yo ya no podré estar contigo ni un día más, así que quiero que te portes de la mejor manera posible. Para mí es muy difícil decirte el tema de esta carta, así que lo pondré tal y como es. Tú no eres mi hija. Fuiste entregada a mí por mi hermana, un día de noviembre hace muchos años. Ella no te quería, decía que eras producto de la lujuria y el pecado entre dos amantes. Me pidió de favor que te cuidara lo mejor que pudiera y que te criara como una hija propia. Y me parece que eso es lo que traté de hacer. Al principio yo tampoco te estimaba en gran medida, pero poco a poco me tuve que acostumbrar a tu presencia en mi casa, y terminé amándote genuinamente. Tal vez no me creas al principio, pero el amor surgió de pronto.
La verdad acerca de tus padres, eso es algo más difícil de escribir, pero trataré de ....

Llegaron en la mañana. El maloliente camión los dejó en la orilla de la carretera, y tuvieron que caminar hacia el pueblo. La comunidad iba en progreso. La venta de armas en aquella remota población le había dado reputación a Torres y su floreciente negocio. Desde la época de la revolución, se había convertido en uno de los distribuidores más famosos del sur. Sus tiendas suplían de armas al mismísimo Zapata cuando la guerra estaba en su clímax. Hasta el camino por el que transitaban Mario y Cely tenía una historia famosa. El pueblo quedaba a veinte minutos de la carretera principal, y Cely se cansaba si andaba mucho bajo el sol. Descansaron bajo un árbol por media hora, y luego esperaron a que una carreta pasara. Se treparon clandestinamente en la parte trasera de la carreta y avanzaron lo que les quedaba de camino.
El pueblo en sí no era la gran maravilla. Se componía principalmente de una aldea de trabajadores, unas fábricas un poco retiradas y de una hermosa hacienda, propiedad de Arturo Torres de la Vega. Asimismo, desempeñaba la función de cacique del pueblo, líder político y religioso de las comunidades indígenas vecinas.
Cely y Mario tardaron poco en encontrar una posada con fonda para comer y dormir el tiempo que fuera necesario.

…describirlos lo mejor posible. Puede ser la fiebre, o simplemente el paso del tiempo, pero parece que ya no los recuerdo tan fresco como antes. Ninguno de los dos te quiso jamás. Para ellos eras un accidente, un defecto de su amor escondido. No te podían tener ahí. La gente sospecharía de la criada de Arturo Torres de la Vega. Ése es el nombre de tu padre. Un hombre avaro, violento y vengativo. Anexé su fotografía en la caja para que veas de quien se trata, en caso de que decidiera aparecerse en el pueblo. No conozco muchos datos de él, con excepción de lo que te escribí arriba.

- ¿Crees que con esto sea suficiente para matarlas? – le preguntó Cely.
- Por supuesto que sí. Con esto destruiríamos media hacienda.
- Por cierto, dime cuál es el plan, Mario – le preguntó de nuevo.
- Es muy fácil. Entramos, les disparamos y salimos.
Trazó un plano en la delgada tierra que representaba el terreno y la hacienda de Torres. Dibujó unas flechas para indicar las entradas y otras para indicar las rutas de escape.

Entre las tinieblas del pueblo, dos figuras se movían de prisa, con dirección a la hacienda de Arturo Torres.
Se trataba de dos adolescentes que estaban a un paso de dejar la inocencia de la niñez y pasar a la red de remordimientos de la edad adulta. Los dos iban armados con dos revólveres de seis balas. Iban vestidos lo más cómodamente posible, en caso de que la situación se tornara peligrosa y tuvieran que emplear acrobacias complejas.

- Mira, entramos por los establos y caminamos el pasillo que conduce al interior de la mansión.

Saltaron la barda de piedra que protegía a la hacienda y corrieron como relámpagos hasta la los establos de la hacienda. Dentro, una decena de caballos dormitaba tranquilamente. Los muchachos fueron tan discretos que los caballos no se dieron cuenta de su presencia.

>>Subimos las escaleras hacia el segundo piso y nos encargamos cada quien de una hija.

Se detuvieron en la sala para descansar un poco de la carrera que pegaron. Ambos sacaron las pistolas de las fundas de los cinturones y cargaron una bala en la recámara. Decididos, asintieron y comenzaron el ascenso al segundo piso.

>>Luego salimos corriendo hacia el pasillo y los esperamos, a Arturo y a su esposa en la vuelta de las escaleras, de tal manera que no nos vean cuando salen corriendo de sus cuartos. Y luego salimos por donde entramos y nos pelamos en un caballo.
Cely lo miraba perpleja.
- ¿Cómo estás tan seguro de cómo es la hacienda? – le preguntó.
- Hace mucho tiempo yo vivía aquí – respondió lúgubremente, al tiempo que cargaba un revólver.

Tu madre, mi hermana, ella siempre fue la mala del cuento. Andaba de lagartona por ahí. y por allá, sólo porque le gustaba el placer del sexo. Lo disfrutaba de una manera pecaminosa y lujuriosa. Se acostaba con cualquiera y luego veía quién lo hacía más rico. El caso es que nunca se embarazó de nadie. Por un momento tu abuela pensó que la niña sería infértil. Pero luego se perdió en la carretera y la encontró Arturo. Dos años después, tu llorabas con vida en sus brazos. Fuiste un milagro que nunca fue apreciado. Siento decirte esto de esta manera, pero estando viva nunca hubiera reunido las fuerzas suficientes para decírtelo. La parte más dura es ésta. Yo siempre amé mucho a tu madre, la urgía a que no se quedara con Arturo, le supliqué que no se mudara con él. Pero nunca me hizo caso.
Las cartas que tu madre me mandaba están enterradas en una caja igual a la que contenía esta carta, en el jardín, junto al olmo. Cely, por las cartas que tu madre me enviaba, no tardé en odiar a tu padre. Siempre la hizo sentir miserable. Cuando fijó sus ojos en una mujer de descendencia española, de tez blanca y familia acomodada, convirtió a tu madre en la esclava de la mansión. Era la gata de todos, y lo que más me enoja es que nunca hizo nada por mejorar su calidad de vida. Tu madre vivió y murió miserable. Me mandaron una carta hace un año, avisándome de su muerte. Y como no querían traerme el cadáver, me dijeron que lo pasara a recoger a su hacienda; cosa que yo no hice porque me faltaba el dinero. Así que su gente la tiró a un río, y me dijeron que la esperara en la orilla.
Antes de morir, tu madre me hizo prometer que mataría a Arturo. Como no creo poder cumplir esa promesa, quiero que lo hagas en mi lugar. Lee las cartas… es vital. Y sobre todo, cuídate mucho. Recuerda que te amo, y pase lo que pase, tu vida está antes que la venganza.
Con amor,
Magdalena.

- Mario, espera. Acerca de lo que te quería preguntar ayer, cuando estábamos espiando la casa – comenzó Cely.
- Ah sí, ¿de que se trataba? – le preguntó Mario.
- Quería preguntarte, ¿por qué viniste conmigo hasta aquí?
Mario la contempló detenidamente bajo la luz de la luna. Sonrió débilmente, pero de manera sincera. Sus ojos brillaron con amor.
- Porque quería estar contigo – le respondió.

Se escucharon pasos en el pasillo. Lorena, la hija mayor de Arturo, abrió los ojos, y se removió nerviosa sobre la cama. Hacía días que soñaba que alguien entraba en su alcoba y la asfixiaba con una almohada. Tomó la daga que su padre le había regalado en su cumpleaños y la empuñó debajo de la colcha. Su corazón latía deprisa y ruidosamente. Un poco más y atraería la atención de la persona que recorría el pasillo. La puerta se abrió de golpe, una figura del tamaño de un niño de su edad entró de súbito y extendió el brazo hacia ella. Escuchó claramente una detonación y luego un agudo impacto en su seno derecho. La bala entró y salió, sin perforar nada vital. Lorena sofocó un grito, y se mantuvo inmóvil del susto y de la impresión hasta que la figura se marchó. Luego salió de la cama, empuñando la daga con la mano derecha, y presionando la herida superficial con la izquierda. Cojeando y mareada, salió de su alcoba.

Hilaria, la hija menor de Torres estaba dormida como un ángel. La despertó una fuerte detonación, y cuando reaccionó, se encontró con una niña de la edad de su hermana junto a ella en la cama. Le hundió un objeto de metal en el seno izquierdo, y escuchó una nueva detonación. Esta vez, el dolor se apoderó de ella. El agudo impacto atravesó su pequeño corazón, vaciando las cavidades de la sangre que debía ser expulsada hacia todo su cuerpo. Un hilillo de sangre caliente escurrió del labio entreabierto de la niña. Para cuando su cuerpo cayó pesadamente sobre la cama, Hilaria ya estaba muerta.

Ilia, la esposa de Arturo Torres, se despertó al mismo tiempo que su marido. Arturo corrió al ropero y sacó su carabina de doble cañón. Temblando de miedo, Ilia se llevó las cobijas al cuello en un acto de impotencia.
- ¡Las niñas viejo! – le gritó con voz de ratoncito a su marido.
Temblando de ira, su marido empuñó la carabina y cargó cartucho. Apuntó hacia delante, preparado para combatir lo que fuera que estuviese en la hacienda.
- ¡Escóndete! – susurró a su mujer.
Y con esto, el marido salió de su alcoba.

Lorena siguió al muchacho al pasillo, y sigilosamente se preparó para hundirle la daga en la espalda con todas sus fuerzas. Alzó el objeto metálico y lo hundió en el hombro. Mario soltó un grito y cayó de rodillas, tratando de alcanzar la daga hundida en su deltoide.
Si hubiera estado concentrada, el pulmón derecho de Mario estaría llenándose de sangre. Pero Lorena siempre había tenido mal pulso y nervios de chihuahueño.
Mario arrojó la daga al suelo y volvió la cabeza para ver a la responsable. En ese momento, Cely salía de la habitación con la pistola en alto. Lorena a su vez vió a la nueva intrusa y pegó un grito agudo, mientras alzaba las manos. Cely no lo dudó un segundo. Le disparó tres veces en el pecho. Lorena chocó contra la pared y se deslizó hasta el piso recargada en la misma. Las heridas que habían atravesado su cuerpo virginal dejaban su rastro de sangre en la pared. Una detonación impactó en el techo del pasillo. Cely y Mario gritaron de sorpresa.

- ¡Vamos! – gritó Cely.
Escuchó cómo se cargaba la escopeta de nuevo. Nerviosa y asustada, Cely miró a Mario con ojos suplicantes. El adolescente a su vez, cargó el revólver. Se mantuvo inmóvil junto a la esquina de la pared, escuchando los pasos. El brazo derecho colgaba inerte a un costado. La herida manaba mucha sangre. La vista de Mario comenzó a nublarse. Les faltaba poco para llegar a las escaleras, pero estaban del otro lado del pasillo. Si cruzaban, Arturo tendría un blanco directo. No podía arriesgar las vidas de ambos.
- Escúchame Cely, te voy a cubrir, y necesito que corras hasta las escaleras – le dijo Mario.
- No Mario, estamos en esto juntos, y juntos nos vamos o juntos morimos – respondió.
- Eres lo que mas quiero en este mundo. Con mi vida te protegeré. Tu venganza ya está hecha. Falta la mía.
- ¿De qué hablas, Mario? ¿Qué tienes tú en contra de Arturo? – le preguntó confundida.
- Una vez, yo vivía aquí. Soy el hijo de Arturo, y soy tu hermano. Ese desgraciado me echó de la hacienda cuando era un niño pequeño. Me vendió a un agricultor de tu pueblo. Ésta, es mi venganza.
Y sin decir más, salió de la esquina de la pared y se enfrentó a su padre en un tiroteo. Tuvo la ventaja. Al descubrir quien era el agresor, Arturo detuvo su disparo.
- ¡MARIO! – gritó sorprendido.
- ¡Muere padre imbécil! – vociferó, en un mar de ira.
Los disparos fueron múltiples. Cely atravesó el pasillo y se cubrió detrás del barandal de las escaleras. Contempló la escena horrorizada. Un disparo atravesó el cuerpo de Mario, haciendo volar pedazos de piel y sangre por el pasillo. Otro más le destrozó la pierna. Cely corrió hacia su hermano.
- ¡MARIOOOOO! – gritó.
Lo tomó en brazos, desesperada, sin saber realmente qué hacer. Le fulminaba todo el cuerpo con la mirada.
- Mario, no te mueras... – susurró.
Moribundo, Mario le sonrió débilmente, pero de manera sincera. El brillo de amor apareció de nuevo en sus ojos. Acarició el rostro de Cely con ternura.
- Nunca me voy a alejar de tu lado – le aseguró.

“La venganza no trae más que dolor, sufrimiento y agonía. Es un sentimiento tan propio del ser humano, y tan ajeno a las leyes naturales. Cuando veo a los animales, sé que ninguna especie tiene actos de venganza. Ningún animal puede odiar de la manera en que lo hacemos nosotros. Pero ahora sé que jamás en mi vida haré algo motivada por la venganza. Jamás. Mario, ésa es una promesa que hago sobre tu tumba. Jamás amaré a nadie tanto como a ti, de la manera en que te amé, aún a pesar de que siempre intuí que eras mi hermano.”
Cely colocó un ramo de flores sobre la tumba de Mario Torres. Rosas blancas, rosas, y rojas. Las blancas eran las favoritas de su madre, las rosas eran sus favoritas, y las rojas eran las favoritas de Mario. Aunque claro, ella no lo sabía.
Mientras las colocaba, cinco pétalos de rosas rojas se desprendieron de las flores y volaron al viento. Cely, ataviada con una ondeante túnica negra, contempló con los ojos vidriosos cómo los pétalos eran arrojados al cielo rojizo de la tarde.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Proyección Astral (cuento)

De nuevo tuve la sensación de haber sido vigilado mientras dormía. Sentía una perpetua incomodidad, aún en mi refugio personal, el resguardo que representaba mi alcoba ante el mundo. Era ya la tercera noche de sueño incómodo en la semana, y la decimoquinta en lo que iba del mes. Odiaba despertarme cada hora, a la hora, para asegurarme que no corría peligro, sin encontrar ninguna presencia física. Sin embargo, entre las tinieblas de mi cuarto, podía sentir que algo se movía inquieto, siempre alerta, siempre vigilante.

- Mátate, traes una cara... – me comentó Fabián, un compañero que se había vuelto muy cercano desde hacía unos meses.
- No manches, no he dormido bien en toda la semana – le contesté, mitad adormilado y mitad molesto.
Fabián arrugó la frente.
- ¿Por qué?
- No sé, hay algo raro en mi cuarto, se siente una vibra rara – le dije, sin mayor interés en el tema.
Fabián no dijo más, dio vuelta en un pasillo de la escuela y enfiló al baño, sin siquiera despedirse.

“No aguanto más” me dije, mientras me cubría el cuerpo con la pesada colcha afelpada. “Una noche más de estas mamadas y le digo a alguien que crea en estas supersticiones”. Recosté mi cabeza sobre la almohada y comencé un ejercicio de respiraciones que hacía tiempo me habían enseñado. Mirando al techo, mis párpados cayeron pesadamente, cerrando mi visión. Repentinamente, los abrí de nuevo. Un susurro emanado de las sombras de la alcoba hizo que mi corazón se detuviera por un momento. Me incorporé sobre la cama, jadeando desesperadamente. El intenso frío invernal aumentó en pocos segundos, el aire que expulsaba al jadear se había convertido en vapor. Agucé el oído, tratando de escuchar algún otro sonido, en un intento masoquista de comprobar si había alguien más en esas cuatro paredes. Pero, el sonido había desaparecido.

- ¿Has tenido estos problemas… toda la vida? – me preguntó el médico, de nombre Cid.
- No, no, para nada, sino hasta hace un mes, como le había dicho – le contesté.
No se trataba de un doctor en el sentido profesional de la palabra, sino de un médico alternativo, medicina china, acupuntura, I-Ching, Feng-Shui, no sé que más (en realidad, I-Ching era un filósofo y el Feng-Shui buscaba la armonía en el hogar), al que me había traído Fabían después de tres meses de insomnio total. Al parecer, este médico se concentraba más en la sanación del alma que la del cuerpo, pero en realidad a mí no me importaba, mientras me quitara esa maldición.
El viejo vestido con pantalones blancos, una delgada playera y una pesada bata de algodón, también blancas, se movió a través de su consultorio – que era un cuarto acoplado a estas necesidades dentro de su casa – y llegó hasta un bonito escritorio de roble pulido. Tomó una esfera de cristal azulada y se la puso delante del ojo derecho, observándome detenidamente a través del cristal.
- No ha habido historial de pesadillas continuas, no eres un Índigo, crees en lo sobrenatural hasta un cierto punto – murmuraba para sí mientras depositaba la esfera azul, y se inclinaba sobre otros cristales, de distintas formas, que estaban colocados sobre el escritorio, en cómodos cojincitos de terciopelo rojo. Tomó un fragmento en bruto de un cristal color aquamarina, pero, como estaba sin trabajar, no lo pude reconocer bien.
- Me pregunto que serás – se dijo mientras se llevaba el cristal al ojo - ¿podrás ser..? – lanzó una diminuta exclamación de sorpresa, y luego llamó a Fabián.
- Mira hijo, obsérvalo a través de la aguamarina.
Fabían, quien se había limitado a observar la consulta recargado en el marco de la puerta, se acercó al doctor Cid y tomó el cristal. Nada más me vió a través del filtro azulado, se quedó boquiabierto.
- Increíble, nunca antes había visto brillar a alguien así.
Confundido, les pregunté a qué se debía el alboroto.
- Pocas personas tienen un aura que emita un destello arriba de los dos milímetros sobre su cuerpo, pero, al observar tu aura, hemos visto que destella casi medio metro. Tienes un espíritu muy poderoso. Parece que ya hemos encontrado el origen del problema.
- Javier, no sabes cómo te envidio – concluyó Fabián.
- Bueno, ¿y cómo resuelve todo esto mi problema del sueño? – le pregunté, molesto por no haber continuado con la consulta.
El doctor Cid me miró perplejo por unos instantes, como si no entendiera el español. Parpadeó, y, como si esto le aclarara el cerebro, esbozó una pequeña sonrisa, hizo un gesto de paciencia con la mano, y se fue a un estante con muchas botellas y accesorios para la práctica de medicina alternativa. Abrió el estante con un cuidado profesional, y sacó una botellita transparente, con un líquido púrpura, tan espeso como el yogurt.
- Éste preparado de malva y manrubio, dos hierbas medicinales que, mezcladas, forman un potente agente contra el insomnio. Créeme Hugo, nunca más padecerás malos sueños.
>> Una cucharada media hora antes de irte a dormir, y haremos cita en tres días, para revisar qué tanto efecto ha cobrado el preparado. Me gusta llamarlo, Insmomnicida.

Esa noche, justo como me lo había recomendado, tomé una cucharada del Insomnicida. Curiosamente, el preparado no tenia un olor extraño, ni un sabor a raíces, como otros remedios alternativos que había tomado anteriormente. En lugar de eso, la bebida tenía un fresco sabor a moras silvestres, y un ligero toque de menta y hierbabuena. Me recosté en mi cama, esperando que el remedio surtiera efecto, y me sorprendí al ver los primeros síntomas entrando segundos antes de haber deslizado el líquido por mi garganta. Los párpados cayeron como succionados por la gravedad del sol, mi mente se apagó tan rápido como una televisión de bulbo, apenas dándome tiempo de depositar mi reloj sobre la mesita de noche. Inmediatamente, sentí cómo mi cuerpo se tornó ligero, mi cabeza flotaba en un limbo sin colores, sin luz ni sombras, un umbral en donde sólo existían mis sentimientos, en donde los sentidos no me servían para nada. No podía ver aquel portal, no podía sentirlo, ni olerlo, ni siquiera escuchar el vacío del sueño, sólo me dejé arrastrar por el impulso de mi alma.
Cuando por fin pude recibir una imagen, noté que me encontraba en un plano de tinieblas infinitas. Era consciente de mis movimientos sólo porque yo mandaba las órdenes a mi cuerpo; por lo demás, incluso la punta de mi nariz me resultaba invisible. Como si se tratara de una puesta de sol, la luz en aquel remedo de sueño se fue filtrando entre la espesa oscuridad. Detrás de mí apareció una intensa fuente de luz. Al voltear, me di cuenta que un pilar de luz se elevaba hasta los límites del infinito. Lo contemplé azorado por unos instantes, cuestionando el origen de esa columna de luz. Al mirar hacia abajo, no solo note que parecía estar parado sobre el aire, pues el pilar se prolongaba una larga distancia hacia abajo, sino que pude ver mi parte frontal, y me llevé una mayúscula sorpresa al darme cuenta que de mi ombligo nacía un cordón que, de igual manera, descendía hasta perderse en la oscuridad. Se trataba de una gran similitud con el que tenía en mi hogar prenatal, acurrucado en el útero de mi madre, sólo que el nuevo era de un brillante color plateado, que lanzaba destellos cuando movía ligeramente mi cuerpo. No pude evitar sonreír. Por fin lo había logrado. El hechizo estaba roto.

* * *

Fabián leía el periódico, algo preocupado por el exponencial incremento de asesinatos perpetrados con lujo de violencia, alevosía y ventaja. Había oído mencionar a algunos de ellos en sus pláticas de la gnosis. Llegando a su clase sabatina, contaría sus conjeturas al viejo Cid. De alguna manera, el hablar con el médico siempre lo animaba. Había sido su mentor desde que descubrió su don, y su inquietud por conocer el mundo que yace detrás de la realidad creada por los seres humanos. Hugo llegó por detrás y lo sobresaltó con un piquete en los riñones. Fabián dio un sobresalto exagerado, y luego se rió con Hugo.
- Imbécil, espantas a la gente – le reprendió en broma.
- Güey, tu te espantas con todo – lo cortó Hugo, usando un inusual tono pedante.
Fabián clavó su mirada en los ojos de Hugo, y, usando su facultad especial, pudo penetrar un poco más allá de lo que la carne le decía. Un escalofrío recorrió su piel, dejándolo con un sentimiento que le incomodaba. Ahora tenía una cosa más que decirle a Cid.

Todo era paz y quietud en el cuarto de Hugo. La botella del Insmonicida descansaba sobre la mesita de noche a medio tapar. La cuchara apenas había logrado aterrizar junto a la botella, y Hugo yacía en su cama, todavía vestido con el uniforme del colegio, hundido en un sueño profundo. Tenía las manos juntas, recostadas sobre su tórax desnudo, en una posición que se asemejaba a la del rezo católico. No roncaba. El seguro de la puerta estaba puesto, y, debajo de la perilla, una silla impedía que esa puerta se abriera.

- ¿Lo has conseguido? – inquirió una voz perdida en las sombras.
- Maestro, he acumulado lo que el tiempo me ha permitido acumular – le contestó Hugo, con un marcado tono de esclavitud.
- Bien, no importa, lo que necesito ya se encuentra aquí.
- ¿Estás seguro que nadie se ha dado cuenta de la brecha? – un tono de inseguridad se dejaba escuchar en la voz de Hugo.
- ¿Acaso has oído de una Policía de los Sueños? – respondió irónicamente su maestro.
- ¿Qué me dices de los Soñadores Radicales? – Hugo le contestó, usando la ironía para ponerse a su nivel.
Se escuchó un breve silencio, antes de que la voz le contestara.

- Si Fabián, yo también he sentido una seria perturbación en el Campo Astral. No sé que pueda estar pasando, pero yo ya soy muy viejo para intentar un viaje… David y Mirna se han ido de la ciudad, y los Radicales ha muerto. Lo cierto es que, desde que cometimos ese crimen, ninguno de los tres ha repuesto las energías. Tradujimos eso como el pago del Karma, la justicia ante el error cometido. Yo entiendo que estés preocupado, sobre todo con estas muertes tan cercanas a nuestra forma de vida… yo mismo conocí a la mitad de los asesinados, y con algunos de ellos estreché buenos lazos de amistad.
- Maestro, ¿es que acaso no hay nadie que conozca que pueda desdoblarse y ver qué está pasando en el Campo Astral? Todo esto me tiene preocupado, sobre todo si Hugo ha descubierto el poder que tiene, él es una persona muy influenciable, y le puede pasar algo.
- Si Hugo se vuelve consciente de su poder, muchas cosas podrían pasarle. Pero no estamos aquí para analizar opciones, es mejor que hablemos con él a que nos quedemos aquí, divagando sobre eventos que pueden jamás haber sucedido.
- Voy a ver si está en su casa.

- Los Soñadores Radicales son historia antigua – explicó la voz –. Lo único grande que han hecho fue aprovechar un descuido mío para clamar que son héroes.
- Sin embargo, te vencieron – sentenció Hugo.
- ¡Por un mero descuido mío! De todos modos, eran tres contra mí, ¿Cómo peleas contra tres mientras cuidas del Cordón de Plata? – la voz estalló en cólera.
- Tienes razón, esos Radicales se las vieron negras contra ti, ¿no es así?
- Exacto, pero ahora, todo eso se revertirá. Tú, tu te has convertido en mi amigo, y sé que no dudarás en ayudarme. Tu espíritu es muy fuerte, solo tú tienes la llave para sacarme de aquí y poder conquistar así a las personas.

* * *

La distancia entre Hugo y Fabián se hacía cada vez más grande y evidente. Nunca llegaron a ser grandes amigos, pero aún así, la gente ya los veía como a una sola persona. Hugo se encontraba preocupado por cosas más importantes que el hecho de si la gente notaba su distancia con Fabián, y una de éstas era el delicado estado de salud en el que parecía estar su amigo. Su piel había perdido color, unas enormes bolsas se le abultaban en los ojos, se tambaleaba cuando se levantaba de su asiento, y caminaba lento, y en algunas ocasiones cojeaba con una pierna.
En la escuela había empezado un período de exámenes relativamente fácil, ya que acababan de regresar de vacaciones de Navidad, y los temas vistos en clase no eran muy extensos. A pesar de esto, a Hugo le iba muy mal en los exámenes. Era siempre el primero en entregar su prueba, y no porque hubiera estudiado, sino porque nunca contestaba nada, se limitaba a poner su nombre y la fecha. Por más que Hugo tratara de razonar con él, Víctor siempre encontraba una buena excusa para irse.
Después de varias semanas, Hugo perdió la paciencia con su extraño amigo. Sin saber en realidad cómo poder introducirse en la mente de una persona, se concentró excepcionalmente durante una clase, intentando romper las barreras físicas que le impedían penetrar en su amigo. Sentado justo detrás de él, no apartaba los ojos de la nuca de Víctor, olvidándose de cualquier pensamiento que no tuviera que ver con su objetivo.
De pronto, Víctor se precipitó sobre el pupitre, gritando de dolor, mientras se llevaba una mano a la nuca, exactamente en el mismo lugar donde Hugo tenía fija su mirada. El profesor, extrañado, dejó el marcador con el que escribía sobre el escritorio y se acercó a Víctor, mientras la clase le lanzaba miradas confundidas y soltaban risas en voz baja. Hugo se encontraba paralizado en su lugar, sin saber realmente si acercarse a su amigo, tocarlo, o quedarse donde estaba. A pesar de que nadie sabía lo que estaba pasando, Hugo imaginaba que tenía “CULPABLE” tatuado en la frente, y no descartaba la idea de que lo señalaran como el responsable.
- Víctor, ¿Qué pasa? – le preguntó el maestro.
- Nada… solo tuve una punzada muy fuerte.
- ¿Fue dolor muscular, o lo sentiste más adentro? – le preguntó, mientras examinaba la nuca del muchacho con los dedos.
Siendo profesor de Educación para la Salud, el neurólogo y profesor, Hernán Malacara Díaz, se preocupaba siempre por cualquier dolor que manifestaran tener sus pupilos.
- No se, sentí que casi me quebraba el hueso – le contestó Víctor, reflejando un profundo dolor continuo en su voz.
- Ve a recostarte a la enfermería y duerme un rato.
- ¿Con eso se me quita?
- Tal vez, pero de todos modos te vendría bien un buen sueño. Esas bolsas en los ojos te dan mal aspecto – luego, se volvió hacia Hugo.
- ¡Calderón! – le dijo en su usual tono molesto.
Hugo se quedó paralizado, viendo al profesor con una expresión perpleja muy estúpida.
- Llévalo a la enfermería; se ve tan mal, que me da la impresión de que se va a desplomar de un segundo a otro.

- Recuerdo muy pocas cosas de la semana pasada, ¿eso es normal, doctor Cid?
- En absoluto, Hugo. Las hierbas que he mezclado no tienen ese efecto sobre las personas. No entiendo lo que pasa, ¿quieres aclarármelo?
- ¿Cómo? – preguntó Hugo, impaciente.
Habían pasado ya varias semanas, y Fabián tuvo que arrastrar a Hugo a que cumpliera la cita que había concertado con el doctor varias semanas atrás.
- Quiero saber algo de tu sueño. ¿Qué tan bien ha funcionado el medicamento?
- De maravilla, ya no escucho la voz, ni me despierto en las noches.
- Sin embargo, sigue cansado, y, me atrevería a decir, mucho más que cuando no dormía – intervino Fabián.
El doctor Cid miró a Hugo con una ceja alzada. Había algo que no le estaba diciendo.
- ¿Qué tipo de sueños tienes, Hugo?
- ¿Qué tiene eso que ver con la consulta?
- Sólo quiero ver si el Insomnicida no provoca pesadillas.
Repentinamente, sin que nadie lo provocara, una ira incontenible despertó dentro de Hugo. Arrojó su silla contra el escritorio, logrando sólo unos daños en el barniz de aquella madera tan dura. Cid, contempló el suceso con una actitud de indiferencia. En cambio, Fabián dio un salto y tomó a Hugo de los hombros, lo azotó contra una de las paredes, y lo sacudió violentamente. No toleraba que le hicieran eso a una persona tan allegada a él.
- ¿Qué demonios te pasa, cabrón? – le vociferó. Era raro que él, una persona tan controlada, de repente estallara en ira, pero eso sólo sucedía cuando despertaban emociones demasiado violentas como para controlarlas.
- Ustedes no saben nada. Los primeros fueron los que llegaron al Campo Astral, pero pronto, el Nirvana nos pertenecerá – una voz habló desde el interior de Fabián. Con una sonrisa irónica, despertó la energía que yacía dormida dentro de su espíritu, y empujó a Fabián a lo largo de la habitación, cayó a los pies de Cid, y ya no se movió.
Jadeando de excitación, Hugo sacó del bolsillo de su pantalón un frasco con el Insomnicida, y se lo tomó todo de un trago. Cid trató de detenerlo, pero sus reflejos eran lentos. Para cuando trató de quitarle el frasco al joven, éste se desplomó, inconsciente.

- Idiota, pudiste haber salido de ahí – le dijo la voz.
- Ya no tenía caso, gracias a que alguien mandó todo a la verga, solo por quererse lucir enfrente del viejo. No entiendo por qué a veces entras en mi cuerpo, por Dios, si quieres quédatelo, a mí no me queda nada allá.
- Así no funcionan las cosas, hay cosas que son compatibles y hay cosas que no. Y resulta, que lo que más anhelo, un cuerpo joven y viril como el tuyo, no es compatible con mi espíritu. En otras palabras, si me posesiono de tu cuerpo, ambos seremos muertos; yo, en esencia, porque volví al mundo material sin tener los requisitos, y tú, porque no se rompió la unión entre tu cuerpo y espíritu, y ambos resultarán destruidos. Mi plan, aunque parezca simple, tiene en verdad su chiste… no cualquiera lo puede lograr. Necesito la percepción de ese muchacho, necesito que lo traigas aquí para que pueda hablar con él.
- ¿Y por qué no simplemente hablas con él, cara a cara, acerca de todo esto? Mi Cordón de Plata es fuerte, y te puedo garantizar una media hora sin problema alguno. ¿Te late?
- Está bien.
Y la voz dejó su escondite, por primera vez ante los ojos de Hugo, y se posó frente al pilar de luz que iluminaba aquella dimensión en tinieblas. No quedaba ninguna semejanza con lo que fue su forma humana. Lo que apareció fue un débil y torcido cuerpo negro, arrugado y plagado de costras, con varias hileras de dientes verdes y podridos, y dos ojos rojos que era lo único que despedían maldad. El resto del espíritu, producía asco y lástima.
Hugo estaba preparado para el sacrificio.

- Cid, todo es parte de su plan, sólo lee la carta, y reza porque estemos a tiempo.
El doctor revisó el bolsillo trasero del pantalón de Hugo, y tomó un papel doblado. Desarrugó la carta, sólo para encontrarse con un breve texto escrito a lápiz, y con una pésima caligrafía.

Fabián: Tómate el otro frasco. Confía en mí. Grave peligro para el mundo.
Cid: Déle el anillo de plata a Fabián, Marius me sedujo, lo siento.

Trataré de enmendar mi error. No tiempo para pensar las cosas. Ayúdenme..

Ambos se miraron, confundidos. Cid desprendió su cadena de plata que colgaba de su cuello, y deslizó un anillo del mismo material por la cadena hasta su mano. Se lo entregó, al tiempo que Fabián tomaba unas dos gotas del Insomnicida. Una lágrima escurrió por la mejilla de Cid.

Cuando por fin pudo recibir una imagen, notó que se encontraba en un plano de tinieblas infinitas. Lo único que brillaba era el resplandor del aura de Hugo. El anillo que mantenía en su mano había desaparecido, y en su lugar, empuñaba una larga daga plateada, con jeroglíficos y runas talladas a lo largo del mango y la hoja. Sorprendentemente, pudo leer los signos a lo largo de la hoja. Era un texto breve. Rezaba:
“Este es el arma del Soñador Radical: No me uses sin razón, no me guardes sin honor”.
- Él está en mi cuerpo, si lo cortas – le dijo señalando su Cordón de Plata – entonces nos destruirás a ambos.
- No quiero que mueras – protestó Fabián, en un hilo de voz.
- Quiero liberarme. Nunca me conociste del todo. No tengo razón para estar aquí o estar allá. Sólo córtalo, creí que encontraría venganza en asesinarlos, pero sólo trae más dolor. Éste es el precio que el Karma me impone para encontrar la paz. Nada malo te sucederá a ti. Hazlo.
Con los ojos ahogados en lágrimas, cortó de un tajo el Cordón de Plata. Hugo sufrió un espasmo, y luego su espíritu se contrajo, perdiendo su forma humana, desprendiéndose de todo. Los recuerdos, los pensamientos, los sentimientos, todo voló cerca de Fabián por unos instantes. Luego, el Cordón de Plata los succionó a través del hoyo, y desapareció como si hubiera sido retractado con una caña de pescar. Lo que quedaba de Hugo, una esfera luminosa, se desintegró en el limbo.
Fabián despertó bañado en lágrimas. Se encontraba tendido en el suelo del consultorio de Cid. A su lado, Hugo parecía estar sumido en un profundo sueño. No se movía. Nunca despertaría.

A los ojos del inmigrante, ¿Qué es un cancunense?

Introducción

8 de octubre de 1974. Para quienes somos relativamente jóvenes, esa fecha no tiene gran relevancia. Sin embargo, para quienes ahora vivimos en el libre y soberano estado de Quintana Roo, esa fecha debería representar tanto como el día de nuestro cumpleaños. ¿Por qué? Simplemente porque ese día, el Congreso aprobó la transición del territorio de Quintana Roo al estado de Quintana Roo.
Pero, Quintana Roo había existido desde 1917, y hasta ahora se venía transformando en un estado, ¿Qué pasó? Pues durante el mandato del presidente Gustavo Díaz Ordaz, el Gobierno Federal le propuso al Banco de México la creación de un plan de Turismo, y le pidió que buscara zonas ideales para erigir una zona que fuera adecuada para desarrollar dicho plan. La respuesta fue que en la zona norte del estado, se había descubierto una hermosa isla en forma de “siete”, y que, a pesar de que existían muchas condiciones adversas, su belleza natural la convertía en la candidata ideal para desarrollarse como un exitoso punto turístico.
Así fue como, a la par con el estado, Cancún nació como el polo turístico más importante del país, y como la carta fuerte del gobierno de Díaz Ordaz. La fecha oficial que se tiene para el nacimiento de la ciudad fue la fecha en que se inauguró el primer aeropuerto. Desde ese entonces, y a través de ya treinta y dos años, Cancún ha ido creciendo a un ritmo tan acelerado, que pocos lo podemos ver sin asombrarnos de los cambios tan vertiginosos que acontecen.

Primera percepción

La gran mayoría de la sociedad cancunense está compuesta de inmigrantes de todas partes del país. Yo soy uno de ellos. Los cambios de ciudad afectan a las personas de una manera u otra, unos manifiestan sus emociones, otros las callan, a muchos de nosotros nos cuesta quitarnos la nostalgia del pasado, y muchos otros vienen aquí esperando encontrar el cambio que buscaban. De una manera u otra, venir a Cancún se convierte en una experiencia única en la vida, pues a estas alturas de la historia, es raro llegar a una ciudad sin raíces, sin cultura, ni tradiciones típicas. Y muchos lo podemos comprobar, sólo basta buscar en los anales de la historia otra ciudad que tenga nuestra edad. Son muy pocas, se podrían contar con los dedos y la mayoría de ellas se encuentra en nuestro mismo estado.
Algo que ya todos sabemos es que Cancún es una mezcolanza de personas que vienen de todo el país cargados de sueños e ilusiones, con la esperanza de encontrar las oportunidades que les fueron negadas en sus lugares de origen. Un gran porcentaje viene del Distrito Federal, otros de Mèrida, Veracruz, Chiapas, Acaplco, etc. Esta diversidad de origen tiene un efecto muy curioso en las personas. El sentimiento de soledad se apodera de nosotros en cuanto nos damos cuenta que estamos aquí, nuestra familia allá, y ya nunca vamos a regresar al lugar que nos vio nacer. Darse cuenta de que ya no tenemos un apoyo, ni moral ni sociológico, va llevando a las personas a un proceso gradual de depresión.
El factor temporal es muy importante, pues el momento en que cada uno de nosotros se da cuenta de esta verdad varía mucho. El mismo atractivo de Cancún sumerge a las personas en la primera percepción. El inmigrante llega con las ganas de disfrutar cada uno de los elementos que convierten a esta ciudad en un paraíso. Se pasa los días en la playa, visitando las plazas, conociendo la Riviera Maya, todo esto, obviamente de acuerdo a las posibilidades económicas.
Este período puede fluctuar entre semanas, meses, o años. Pero tarde o temprano, cuando la efusividad de sentirse en un lugar de ensueño comienza a ser sustituida por la ira ante las carencias y defectos de Cancún, el inmigrante llega a un punto en donde toca fondo. Este momento puede ser comparado con el punto en que un alcohólico se da cuenta que la bebida ya no es la solución a sus problemas. Y una vez que se notan las carencias, la nostalgia aflora en su máxima expresión, pues ni las mejores opciones de Cancún resultan suficientes para satisfacer la diversión y la diversidad de opciones que ofrece una urbe, como por ejemplo, el Distrito Federal.

Segunda percepción

El inmigrante ya se dio cuenta de que la diversión en Cancún es limitada a unas cuantas opciones: playa, antros y cine. Pero eso sólo es el principio. Una vez que la ilusión del paraíso perfecto se ha ido por completo, se da cuenta de su soledad. Está lejos de sus seres queridos, saltando entre empleos temporales, que se abren cuando llega la temporada alta y se cierran cuando llega la baja. Sin familia, la opción más viable es buscarse amigos con quienes pasar el rato. Pero, ¿Qué pasa en una sociedad tan cosmopolita? Es difícil encontrar personas con sus mismos gustos e intereses, y es común que las amistades duren poco, dado que la población es muy flotante. Debido a esto, las relaciones amistosas se vuelven muy ligeras, superficiales e interesadas. En Cancún pocos llegan con la mano extendida a ofrecerte una amistad sincera, pues todos tratan de sacar el mayor provecho que puedan. Los amigos se exprimen unos a otros mediante favores, y, como no se preocupan en trascender esa relación, se les hace más fácil dejarla morir.
Aunque las personas digan que no les afecta, este continuo roce de hipócritas relaciones nos va afectando psicológicamente. Cada vez se vuelve más difícil confiar en una persona, y cada vez que se conoce a alguien, se antepone un prejuicio que muchas veces nada tiene que ver.
Lo mismo pasa con las relaciones amorosas. Al ser tan superficiales, se pierde la chispa del amor, que obligadamente necesitamos mantener viva en una relación de pareja; y todo eso se busca estúpidamente en el sexo. “Tal vez si me acuesto con ella pueda saber si realmente siento algo por ella o no”, es el pensamiento al que los cancunenses recurrimos cuando comenzamos a andar con alguien. En los adolescentes de mi generación, la de la segunda mitad de los ochentas, la duración promedio de los noviazgos en la secundaria, preparatoria y universidad, es de dos meses. Hay personas que se dan cuenta demasiado tarde que su relación estaba muerta desde el principio, y que lo único que la mantenía existiendo era el miedo a estar solos en esta ciudad.
El turismo también tiene una gran influencia en cuanto a las relaciones personales. Vayamos más allá del miedo a la soledad y de la flotabilidad e inestabilidad de los residentes de Cancún. Estados Unidos es, quieran o no, la principal influencia que tenemos en este polo turístico. Y el modo de vida americano es uno que copiamos sin siquiera darnos cuenta. Bastaba con ver, en la década de los noventa, la cantidad de dólares que circulaban en manos de nacionales, el número de tiendas de abarrotes con productos estadounidenses en el centro de la cuidad, y ya en el presente, el enorme número de anuncios en inglés que hay en las revistas de sociales, todas las tiendas que están sonando en Estados Unidos, el éxito en la taquilla cancunense de los “churros” americanos como Misión Imposible 3, la cantidad de escuelas que ponen su nombre en inglés, o que al menos dice “Americano” en alguna parte de su nombre (¿ejemplos? Si como no: Instituto Americano Leonardo Da Vinci, Colegio St.John’s, Centro Universitario Anglo Mexicano, Colegio Británico, American School).






Tercera percepción

Pasan unos años. El inmigrante ya se considera “orgullosamente cancunense y dignamente quintanarroense”. Aquí, ya se percató de que los amigos y el amor de verdad escasean en gran medida. Es ahora que se enfrenta a las consecuencias de las consecuencias, es decir, los problemas que ya no sólo lo afectan a él, sino a toda la ciudad.
El porcentaje del virus del VIH en nuestra ciudad es alarmante. Uno ya no sabe en quién confiar y en quién no; y añádanle esto a la promiscuidad propia del polo, vamos a tener una población cancunense en donde 9 de cada 10 estén infectados. Y, por último, agreguemos el toque final. Los infectados no saben que están enfermos, son despedidos, y se mudan a otras ciudades. Allá honran la tradición cancunense y continúan con la promiscuidad, esparciendo la enfermedad por todo el país.
Los inmigrantes que se quedan, afectados por esta indiferencia caen a la larga en un grave estado de depresión, un problema muy grave y que está propagándose como si fuera una plaga. Se puede pensar que el inmigrante se deprime solo y en su casa, pero, ¿Qué pasa con las familias? Hay muchas cuyos padres se ven enfrentados a estos problemas día con día, y al ir enfrascándose tanto en ellos como en sus propios sentimientos depresivos, descuidan a los hijos. Estos a su vez, crecen pensando que sus padres no los quieren, o no les importan, y se deprimen también. Luego se encuentran con amigos en la misma situación y se deprimen juntos.
Este problema trae consigo varias soluciones, que en sí también son problemas, y me refiero al tabquismo, el alcoholismo, la drogadicción, y el suicidio. Las personas deprimidas de alguna manera tienen que escapar de la realidad, y estas cuatro opciones presentan un escape momentáneo, pero no acaban con el problema. El tabaquismo en los adolescentes puede considerarse como el menor de los problemas, pues sus efectos son a largo plazo. Pero con esto no quiero decir que se acepte o se tolere, también debe ser combatido. El alcoholismo es un problema muy delicado, pues trae consigo aún más problemas. Las muertes por conducir en estado de ebriedad son algo muy frecuente en esta ciudad, y las cifras nos están diciendo que hay un problema muy grave. Por otra parte, cuando se alcoholizan, las personas – y no solamente los adolescentes – tienden a adquirir valor para suicidarse o atentar contra su cuerpo. La drogadicción ni se diga, es un mal que cada vez afecta a más personas, las esclaviza y las pierde en una variante de la realidad de la cual rara vez logran escapar. Y los suicidios, pues, qué mas se puede decir, basta con ver el índice. A la fecha (miércoles 17 de mayo de 2006), y sólo en este año, se han cometido ya cerca de cuarenta suicidios, todos ellos por causas y problemas de los que ya me he ocupado de hablar: infidelidad, falta de empleo y depresión.
Así que vamos cayendo en un círculo vicioso a medida que nos vamos acoplando a las reglas de esta ciudad.
Al principio somos los foráneos que disfrutamos de la ciudad. Después nos vamos acostumbrando a los problemas de la sociedad, a la vez que nos vamos amoldando para encajar en este vicioso sistema, eso si, sin dejar de gritar que Cancún esta mal y hay que hacer algo por cambiarlo. Al final, las personas se vuelven uno más del gran problema sin solución. Dejan de prestarle atención a lo que en un principio consideraban errores, y se vuelven parte de ellos. Viven solamente para seguir adelante con el camino que se les tendió, aprovechan las oportunidades siempre y cuando no sean muy riesgosas, y velan solamente por su propio interés.
Por último, o se van de aquí, o se cuelgan de una hamaca, o simplemente logran trascender, compran un condominio en la playa, y ahogan sus penas en Canta Bar (jueves), en el Bulldog (viernes), o en el Dady’O (sábado). Se casan, se divorcian, se enamoran de otra, se casan de nuevo, se divorcian de nuevo, y el ciclo nunca termina.

Wilma - El dedo de Dios


Era el huracán más grande de los últimos ciento setenta y cinco años, según los reportajes previos al impacto. Nadie creyó que eso pudiera ser verdad, pues las fuentes dejaron de ser creíbles para muchos de nosotros desde la llegada de Emily. No lo creíamos ni siquiera cuando vimos las fotos de satélite en Internet. El tamaño del huracán rebasaba al de la Península de Yucatán entera. Nadie se imaginaba lo que estaba por venir.
El jueves en la mañana, siguiendo el protocolo de seguridad del mexicano, se mandaron colocar tablas en las ventanas y fuimos a hacer las compras de pánico. Los vientos ya empezaban a sentirse fuertes, sin embargo, el temor aún no invadía mi corazón. Muy por el contrario, una parte de mí estaba emocionada por lo que estaba por llegar. Quería sentir los vientos, la adrenalina, el pesar, la incertidumbre, quería ver árboles cayendo, transformadores explotando, calles inundadas, quería hundirme en el morbo que me producía tal angustiosa espera.
Pues bien, el morbo no tardó en satisfacerse. En las horas siguientes, las cosas comenzaban a salir mal en la casa.. Los informes de radio decían que el huracán estaba a punto de tocar tierra, y que los vientos estaban aumentando su velocidad. Todos nos encontrábamos rodeando el aparato, en espera de que dieran información sobre Cozumel y Playa del Carmen, que ya estaban siendo golpeadas por la furia del ciclón, cuando dos tablas que habíamos colocado en una pared parcialmente destruida – para reparar una tubería de agua hacía ya tiempo – se vinieron abajo, haciendo un ruido espantoso. Mi padre, mi madre y yo, salimos a colocarlas de nuevo, en medio de una feroz ventisca que amenazaba con tirar a mi papá de la escalera. Al sentir esos vientos, mi emoción aumentó, aunque aquella excitación no tardaría en desvanecerse.
Al poco rato, mientras mi padre untaba jabón en barra para resanar una pared por la que se filtraba el agua de la lluvia y yo estaba leyendo en la sala, se escuchó un golpe muy fuerte en la barda trasera de la casa, resonando como metal. A este golpe le siguió un siseo que parecía ser amplificado con equipo de alta calidad, y el inconfundible olor a gas. Me incorporé de golpe, arrojando mi libro sobre la sala, y estaba a punto de echar a correr hacia la puerta trasera, cuando simultáneamente sonó el teléfono y mi padre aparecía en la sala. Contesté primero, esperando que fuera mi tía o mi abuela – que viven en la casa de al lado – para informarnos de la naturaleza del golpe. No bien me hube acercado la bocina del aparato a la oreja, cuando escuché los gritos aterrados de mi abuela suplicando auxilio.
-¡Niño,eltanquedegasacabadepegarcontralabardayseestáescapandotodo, avísalea tu papáparaque vengaacerrarlallave!
Alcanzando a balbucear un sí, la escuché colgar el teléfono de golpe. Me volvía hacia donde debía estar mi padre, pero no lo encontré. Lo seguí hasta la puerta trasera, y, al abrirla, recibí su rugido desesperado.
- ¡No vayas a salir de la casa! – gritaba, entre el ruido del gas y el viento colándose entre las casas.
Asomé la cabeza solamente, temiendo representar un estorbo en caso de ir a ayudarle, y contemplé la escena más escalofriante de los últimos dos años. Mi padre, vestido con un impermeable amarillo, luchaba por cerrar la llave de gas del tanque de mi tía, al tiempo en que era abatido por los poderosos vientos ciclónicos. Mi tía, totalmente fuera de sí, se encontraba parada junto a él, con las manos entrelazadas, temblando incontrolablemente, llorando a todo pulmón, y con la vista perdida en el nublado horizonte. Balbuceaba gritos que intentaban ser oraciones y rezos, pero no conseguía armar una palabra entera sin soltar lastimosos sollozos y gritos desesperados. Mi padre, un tanto asustado y nervioso por la situación, le gritaba que se metiera a la casa, que no tenía nada que hacer ahí. Obviamente, sus palabras no llegaban a donde quiera que estuviese la mente de mi tía en esos momentos. Yo vigilaba los cielos grises, casi anticipando la caída de un proyectil sobre mis familiares que cerrara con broche negro aquella escena tan dramática. Una voz en mi cabeza se atrevió a bromear en ese momento, diciéndome algo así como: “Ni Stephen King te ha atemorizado como esto, ¿verdad?”. Era verdad. El semblante seguro y confiado de mi padre se había destruido por completo. Su imagen de patriarca y protector de la familia aparecía cuarteada ante mis ojos, su halo de invencibilidad había desaparecido, y en su lugar sólo quedaba un hombre, temeroso y nervioso, tratando de salir lo mejor posible de un problema terrible. La única posible comparación que puedo hacer es la escena final de Harry Potter y el Príncipe Mestizo, en donde el joven mago se ve forzado a ver cómo un viejo, debilitado y demacrado Dumbledore, muere a manos de Snape, desprovisto de esa magnanimidad que siempre lo había acompañado.
En ese momento, decidí que no podía abandonar a mi tía y a mi abuela durante el paso del huracán. Empaqué un libro, dos mudas de ropa, y mi Game Boy, y me fui a su casa para tranquilizarlas. Las gotas de lluvia eran increíblemente gruesas y gordas, y lograron empaparme de pies a cabeza aún cuando sólo había avanzado unos pocos metros.
No se qué es lo que le pasa a la gente cuando se moja, pero parece que se rompe un escudo de seguridad y confianza. Cuando entré en la casa de mi tía, noté dos cosas de inmediato. La primera fue un intenso olor a gas, por la proximidad de la cocina con el patio trasero y el tanque de gas. Y la segunda, mi abuela había encendido una veladora en el fregadero. Movido por una descarga, apagué la veladora en un parpadeo, pensando en que ése era el fin. Lo primero que hice entonces, fue arrojar mis cosas a un sillón y recorrer la casa en busca de otras fuentes de chispas y fuego. No encontré ninguna, pero les dije a las dos que no prendieran ningún tipo de luz o lámpara hasta que el olor se disipara. Lo más complicado era que ahora yo tenía que calmar a dos mujeres histéricas en medio de una crisis. El olor a gas no se disipaba, a pesar de que abrimos las ventanas y el viento sacudía las ventanas incontrolablemente. Fue entonces que se me ocurrió que nuestro tanque no debía ser el único que había explotado. Aún así, el olor a gas se estacionó en la casa alrededor de media hora, tornando la situación tensa y desesperante. Por primera vez, sentí un temor verdadero, no a la furia con que azotaba el fenómeno, sino a la posibilidad de la muerte. Si en ese momento, en que por cierto ya no había luz, alguien hubiera tenido la idea de prender un cerillo, un cigarro, encender una vela o algo similar, todos hubiéramos experimentado una réplica de San Juanico. El miedo latente a enfrentarme con una ola de fuego me puso muy nervioso, y comencé a comportarme como un carrito de fricción: caminaba por todo el piso de abajo, sin rumbo, sin hacer nada, sólo caminando para hacer tiempo, husmeando de vez en vez para ver si el olor a gas se debilitaba, pero no era así. No recuerdo haber estado pensando en otra cosa que en concentrar toda mi voluntad para que se fuera el gas. Me resulta ahora curioso la manera en que pensé que mi voluntad por sí sola hubiera podido disipar el olor a gas. Sabía también que tenía que permanecer fuerte ante ellas dos, no podía haber tres histéricos dentro de la misma casa, puesto que la histeria necesita inconscientemente de un pilar fuerte y seguro del que aferrarse. Durante el terremoto del 85, dicho pilar era una columna física dentro del departamento donde vivían mis padres, junto con mi tía y mi abuelita. Ahora, el pilar tenía que ser yo.
Mi tía, para tratar de calmar su alma, nos puso en círculo, tomados de la mano, y comenzamos a orar. Le pidió a Dios que calme el huracán, le pidió perdón por no ser tan devota, le prometió cambios grandes cuando la tragedia terminara, le volvió a pedir que calme el huracán, y rogó por piedad a todas las personas que estaban viviendo la misma situación. La verdad es que no soy muy creyente de los milagros instantáneos, a diferencia de muchas personas, que creen que con rezar las cosas se van a solucionar mágicamente. Sí creo en que hay fuerzas más allá de nuestra comprensión que actúan de maneras misteriosas, pero no por orar pienso que van a acelerar su ritmo de eficacia y cambiar todo el universo para que se ajuste a las necesidades del creyente. Sin embargo, y a pesar de mis creencias, experimentamos algo que no pude explicarme del todo. La intensidad del viento pareció disminuir y mantener su fuerza al mismo tiempo. El aullido del viento no cesó, el movimiento de los árboles continuaba con la misma violencia, las ventanas se seguían azotando contra los marcos, pero nosotros no lo sentíamos tanto. Era algo difícil de entender, era como si una finísima barrera se hubiera aparecido alrededor de la casa, y estuviera disminuyendo – aunque casi imperceptiblemente – el abatimiento de la fuerza del huracán contra la casa. Es algo que me costó trabajo aceptar, y que en realidad no duró mucho tiempo. Sin embargo, nuestra casa quedó intacta. Sólo las plantas y los árboles del patio se doblaron, un poco de agua se metió por las paredes y por debajo de las puertas, pero nada que se hubiera perdido para siempre.
En la noche, prendimos la radio para ver si alguna emisora había vuelto al aire y nos encontramos con la sorpresa que Radio Ayuntamiento era la única transmitiendo, cargada de un aire de prepotencia y arrogancia. Constantemente se escuchaban comentarios de que eran la única, que era un esfuerzo enorme el estar ahí, que eran los más comprometidos, etc. Y para colmo de males, cuando la población entera estaba nerviosa y quería saber lo que estaba pasando, se les ocurre poner bloque tras bloque de canciones infantiles. Escuché algunas de ellas esperando que terminara el suplicio y comenzaran a dar el estatus del huracán, pero nunca lo escuché.
Se me antojó una burla del destino, estar atrapados dentro de la casa, con el huracán más fuerte en un siglo azotando sus poderosas ráfagas contra la casa, mientras Cri-Cri cantaba sobre una patita que se iba al mercado y un chorrito de agua que tenía calor.
Lo que vino después fue peor.

Negro horizonte para los ideales


¿Qué es lo que está pasando con la juventud del presente? Antes, la adolescencia y la juventud se caracterizaban por ser rebeldes con causa, ir en contra de lo establecido con propuestas nuevas, de contracultura, novedosas y cargadas de energía. Hoy, las ideologías de los jóvenes carecen completamente de argumentos y fundamentos, razones intelectuales ó sociales. Las nuevas propuestas son refritos de las reformas de los setentas y ochentas. Punketos, darketos, bohemios, hippies, falsos estandartes en blanco, que ya no promueven ideales, sino imágenes huecas, despojadas de su belleza rebelde. Se lucha por luchar, no por cambiar, proponer, o destruir paradigmas. Se habla de una libertad, pero se busca un libertinaje. El orden establecido es el nuevo anticristo, los valores y las costumbres son las vías de sus aquelarres, la rebeldía, el desorden social, las revueltas y la lucha por las clases populares son las consignas de hoy en día. sin embargo, no se molestan en acompañar esos gritos con soluciones, porque para eso está el gobierno, las instituciones. Sólo ahí son reconocidas. Los intereses del pueblo vuelven a tejer las banderas de las revoluciones, y nadie se percata que los costureros lo hacen con sus propias agujas, uniendo superficialmente las necesidades del hambre y la pobreza de un pueblo con sus ambiciones personales.
¿Quién ganará en un conflicto de intereses personales? Aquel que sepa aunar a su causa los malestares sociales. La filosofía se ha quedado atrás, víctima de la apatía por investigar y pensar. Jóvenes son aquellos que esuchan los ideales y se unen a la marchas sin preguntar qué caso tiene hacer todo eso. Jóvenes, los que aceptan un estereotipo de contracultura, rebelde y alborotador, teniendo cuidado de portarlo en la calle, en los desfiles, en las manifestaciones, pero arrojándolo al suelo apenas pisen su hogar. Lo juran y prometen con sus amigos, pero niegan su ideología social con sus abuelos, necesitados también de las nuevas reformas sociales.
Lo viejo, lo establecido, es aborrecido y repudiado. No sólo se condena, se destruye, todo sea por la nueva juventud eterna. Aquellos jóvenes entrados ya en los cuarenta, que se definen a sí mismos como los líderes del nuevo mundo, ciegos ante las hojas caídas del calendario, a las arrugas que muestra el espejo, a su propia necedad.
¿Quién paga por este conflicto de intereses, esta manipulación del conocimiento, esta razón muerta? Los verdaderos soñadores radicales, aquellos que, por sobre todas las cosas, queremos ver un mundo igual, en donde los derechos humanos se respeten en todas las clases sociales, donde humano y animal puedan coexistir en un mismo plano dimensional. Nosotros, recién nacidos que apenas estamos abriendo los ojos a un mundo desigual, roto, muerto. Nosotros, que absorbemos los conocimientos presentados como esponjas. Arrojados en un vertiginoso vórtice de pensamientos, ideologías, culturas, información, prestamos atención a todo lo que nos llama con su tentadora manzana de Eva. Tomamos aquello que nos parece correcto, en un contexto que no tiene pies ni cabeza. Choques de culturas, de intereses personales, pugnas sociales. Igualdad y libertad todavía son utopías que no podemos alcanzar. El mundo capitalizado es catapultado a una nueva dimensión ajena a nuestra razón y corazón.
Identidad no puede ser usado en plural, en social, sometida siempre a los grupos sociales, tan diversos, separados y encontrados, que no se puede ejercer una posición neutral y amigable. Caminemos un poco más, en la espera de ver una verdadera revolución del pensamiento, en donde podamos llegar a comprender qué demonios son la igualdad y la libertad, como esencia, y no como banderas políticas.

La trampa de la mente

Continuamente pensamos que existen muchas cosas en la vida que no merecen nuestra atención, y no nos damos la oportunidad de probarlas. A mi mente vienen muchos ejemplos, siendo los más comunes los momentos de decisión. Al llegar a un restaurante, ¿cuántas personas consideraron otras opciones antes de elegir el lugar correcto? Cuando se está ante un menú ¿cuántos deciden el plato que comieron la última vez en lugar de probar uno nuevo? En el cine ¿Cuántos se dejan llevar por el nombre del actor, considerando que una película es buena sólo por quien aparece en ella? ¿Cuántos de nosotros pasamos por una tienda y pensar que “está interesante” y sin embargo, nunca nos paramos para ver qué tiene?
Todos esos errores se lo aplicamos inmediatamente a la publicidad y al mal manejo de estrategias. Es muy común encontrarnos con comentarios que aluden a una campaña con fines erróneos, a que el nombre de cierto lugar no invita a la gente, a que la imagen está muy pobre, etc. Pero existen muchos casos en donde los prejuicios de las personas son los que las detienen. Yo osy en ejemplo de carne y hueso. Pluma Universitaria lleva más o menos un año siendo publicada, y, a pesar de ser una de las personas que siempre exigía un lugar para expresar mis ideas, nunca consideré seriamente en escribir un artículo. ¿Por qué? Una muy buena pregunta que, sin embargo, tiene una sencilla respuesta. Mis prejuicios bloqueaban mis deseos de expresarme. A menudo me sentaba frente a la computadora, escribía unas líneas, y las borraba inmediatamente, pensando que sonaban mal, que no invitaba a nadie a leer el artículo, que era insulso y aburrido, y terminaba desechando hasta la idea que quería externar.
Hay que tener en cuenta un mensaje muy importante que se está poniendo de moda. Los mensajes ocultos en el agua comprueban la teoría de la fuerza de los pensamientos. Y nosotros que somos 90% agua, ¿seremos afectados por la fuerza de nuestros prejuicios? Por supuesto que sí. Somos víctimas de los juegos mentales, de las ideas y paradigmas que lentamente se van incrustando en lo profundo de nuestro cerebro. Los prejuicios pueden formar una actitud en menos de un segundo. Quien sabe cuántas oportunidades de mejorar nuestras vidas se han ido por un simple pensamiento negativo, por un rechazo a elegir una opción distinta. No olvidemos la época en la que vivimos, tan individualista, fría y distante y cibernética. Un querido amigo, que probablemente leerá este artículo, solía decirme que no me adentrara en el juego de la sociedad. Triste época la nuestra, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.