My life, has been extraordinary: blessed and cursed and won.


lunes, 3 de septiembre de 2007

Proyección Astral (cuento)

De nuevo tuve la sensación de haber sido vigilado mientras dormía. Sentía una perpetua incomodidad, aún en mi refugio personal, el resguardo que representaba mi alcoba ante el mundo. Era ya la tercera noche de sueño incómodo en la semana, y la decimoquinta en lo que iba del mes. Odiaba despertarme cada hora, a la hora, para asegurarme que no corría peligro, sin encontrar ninguna presencia física. Sin embargo, entre las tinieblas de mi cuarto, podía sentir que algo se movía inquieto, siempre alerta, siempre vigilante.

- Mátate, traes una cara... – me comentó Fabián, un compañero que se había vuelto muy cercano desde hacía unos meses.
- No manches, no he dormido bien en toda la semana – le contesté, mitad adormilado y mitad molesto.
Fabián arrugó la frente.
- ¿Por qué?
- No sé, hay algo raro en mi cuarto, se siente una vibra rara – le dije, sin mayor interés en el tema.
Fabián no dijo más, dio vuelta en un pasillo de la escuela y enfiló al baño, sin siquiera despedirse.

“No aguanto más” me dije, mientras me cubría el cuerpo con la pesada colcha afelpada. “Una noche más de estas mamadas y le digo a alguien que crea en estas supersticiones”. Recosté mi cabeza sobre la almohada y comencé un ejercicio de respiraciones que hacía tiempo me habían enseñado. Mirando al techo, mis párpados cayeron pesadamente, cerrando mi visión. Repentinamente, los abrí de nuevo. Un susurro emanado de las sombras de la alcoba hizo que mi corazón se detuviera por un momento. Me incorporé sobre la cama, jadeando desesperadamente. El intenso frío invernal aumentó en pocos segundos, el aire que expulsaba al jadear se había convertido en vapor. Agucé el oído, tratando de escuchar algún otro sonido, en un intento masoquista de comprobar si había alguien más en esas cuatro paredes. Pero, el sonido había desaparecido.

- ¿Has tenido estos problemas… toda la vida? – me preguntó el médico, de nombre Cid.
- No, no, para nada, sino hasta hace un mes, como le había dicho – le contesté.
No se trataba de un doctor en el sentido profesional de la palabra, sino de un médico alternativo, medicina china, acupuntura, I-Ching, Feng-Shui, no sé que más (en realidad, I-Ching era un filósofo y el Feng-Shui buscaba la armonía en el hogar), al que me había traído Fabían después de tres meses de insomnio total. Al parecer, este médico se concentraba más en la sanación del alma que la del cuerpo, pero en realidad a mí no me importaba, mientras me quitara esa maldición.
El viejo vestido con pantalones blancos, una delgada playera y una pesada bata de algodón, también blancas, se movió a través de su consultorio – que era un cuarto acoplado a estas necesidades dentro de su casa – y llegó hasta un bonito escritorio de roble pulido. Tomó una esfera de cristal azulada y se la puso delante del ojo derecho, observándome detenidamente a través del cristal.
- No ha habido historial de pesadillas continuas, no eres un Índigo, crees en lo sobrenatural hasta un cierto punto – murmuraba para sí mientras depositaba la esfera azul, y se inclinaba sobre otros cristales, de distintas formas, que estaban colocados sobre el escritorio, en cómodos cojincitos de terciopelo rojo. Tomó un fragmento en bruto de un cristal color aquamarina, pero, como estaba sin trabajar, no lo pude reconocer bien.
- Me pregunto que serás – se dijo mientras se llevaba el cristal al ojo - ¿podrás ser..? – lanzó una diminuta exclamación de sorpresa, y luego llamó a Fabián.
- Mira hijo, obsérvalo a través de la aguamarina.
Fabían, quien se había limitado a observar la consulta recargado en el marco de la puerta, se acercó al doctor Cid y tomó el cristal. Nada más me vió a través del filtro azulado, se quedó boquiabierto.
- Increíble, nunca antes había visto brillar a alguien así.
Confundido, les pregunté a qué se debía el alboroto.
- Pocas personas tienen un aura que emita un destello arriba de los dos milímetros sobre su cuerpo, pero, al observar tu aura, hemos visto que destella casi medio metro. Tienes un espíritu muy poderoso. Parece que ya hemos encontrado el origen del problema.
- Javier, no sabes cómo te envidio – concluyó Fabián.
- Bueno, ¿y cómo resuelve todo esto mi problema del sueño? – le pregunté, molesto por no haber continuado con la consulta.
El doctor Cid me miró perplejo por unos instantes, como si no entendiera el español. Parpadeó, y, como si esto le aclarara el cerebro, esbozó una pequeña sonrisa, hizo un gesto de paciencia con la mano, y se fue a un estante con muchas botellas y accesorios para la práctica de medicina alternativa. Abrió el estante con un cuidado profesional, y sacó una botellita transparente, con un líquido púrpura, tan espeso como el yogurt.
- Éste preparado de malva y manrubio, dos hierbas medicinales que, mezcladas, forman un potente agente contra el insomnio. Créeme Hugo, nunca más padecerás malos sueños.
>> Una cucharada media hora antes de irte a dormir, y haremos cita en tres días, para revisar qué tanto efecto ha cobrado el preparado. Me gusta llamarlo, Insmomnicida.

Esa noche, justo como me lo había recomendado, tomé una cucharada del Insomnicida. Curiosamente, el preparado no tenia un olor extraño, ni un sabor a raíces, como otros remedios alternativos que había tomado anteriormente. En lugar de eso, la bebida tenía un fresco sabor a moras silvestres, y un ligero toque de menta y hierbabuena. Me recosté en mi cama, esperando que el remedio surtiera efecto, y me sorprendí al ver los primeros síntomas entrando segundos antes de haber deslizado el líquido por mi garganta. Los párpados cayeron como succionados por la gravedad del sol, mi mente se apagó tan rápido como una televisión de bulbo, apenas dándome tiempo de depositar mi reloj sobre la mesita de noche. Inmediatamente, sentí cómo mi cuerpo se tornó ligero, mi cabeza flotaba en un limbo sin colores, sin luz ni sombras, un umbral en donde sólo existían mis sentimientos, en donde los sentidos no me servían para nada. No podía ver aquel portal, no podía sentirlo, ni olerlo, ni siquiera escuchar el vacío del sueño, sólo me dejé arrastrar por el impulso de mi alma.
Cuando por fin pude recibir una imagen, noté que me encontraba en un plano de tinieblas infinitas. Era consciente de mis movimientos sólo porque yo mandaba las órdenes a mi cuerpo; por lo demás, incluso la punta de mi nariz me resultaba invisible. Como si se tratara de una puesta de sol, la luz en aquel remedo de sueño se fue filtrando entre la espesa oscuridad. Detrás de mí apareció una intensa fuente de luz. Al voltear, me di cuenta que un pilar de luz se elevaba hasta los límites del infinito. Lo contemplé azorado por unos instantes, cuestionando el origen de esa columna de luz. Al mirar hacia abajo, no solo note que parecía estar parado sobre el aire, pues el pilar se prolongaba una larga distancia hacia abajo, sino que pude ver mi parte frontal, y me llevé una mayúscula sorpresa al darme cuenta que de mi ombligo nacía un cordón que, de igual manera, descendía hasta perderse en la oscuridad. Se trataba de una gran similitud con el que tenía en mi hogar prenatal, acurrucado en el útero de mi madre, sólo que el nuevo era de un brillante color plateado, que lanzaba destellos cuando movía ligeramente mi cuerpo. No pude evitar sonreír. Por fin lo había logrado. El hechizo estaba roto.

* * *

Fabián leía el periódico, algo preocupado por el exponencial incremento de asesinatos perpetrados con lujo de violencia, alevosía y ventaja. Había oído mencionar a algunos de ellos en sus pláticas de la gnosis. Llegando a su clase sabatina, contaría sus conjeturas al viejo Cid. De alguna manera, el hablar con el médico siempre lo animaba. Había sido su mentor desde que descubrió su don, y su inquietud por conocer el mundo que yace detrás de la realidad creada por los seres humanos. Hugo llegó por detrás y lo sobresaltó con un piquete en los riñones. Fabián dio un sobresalto exagerado, y luego se rió con Hugo.
- Imbécil, espantas a la gente – le reprendió en broma.
- Güey, tu te espantas con todo – lo cortó Hugo, usando un inusual tono pedante.
Fabián clavó su mirada en los ojos de Hugo, y, usando su facultad especial, pudo penetrar un poco más allá de lo que la carne le decía. Un escalofrío recorrió su piel, dejándolo con un sentimiento que le incomodaba. Ahora tenía una cosa más que decirle a Cid.

Todo era paz y quietud en el cuarto de Hugo. La botella del Insmonicida descansaba sobre la mesita de noche a medio tapar. La cuchara apenas había logrado aterrizar junto a la botella, y Hugo yacía en su cama, todavía vestido con el uniforme del colegio, hundido en un sueño profundo. Tenía las manos juntas, recostadas sobre su tórax desnudo, en una posición que se asemejaba a la del rezo católico. No roncaba. El seguro de la puerta estaba puesto, y, debajo de la perilla, una silla impedía que esa puerta se abriera.

- ¿Lo has conseguido? – inquirió una voz perdida en las sombras.
- Maestro, he acumulado lo que el tiempo me ha permitido acumular – le contestó Hugo, con un marcado tono de esclavitud.
- Bien, no importa, lo que necesito ya se encuentra aquí.
- ¿Estás seguro que nadie se ha dado cuenta de la brecha? – un tono de inseguridad se dejaba escuchar en la voz de Hugo.
- ¿Acaso has oído de una Policía de los Sueños? – respondió irónicamente su maestro.
- ¿Qué me dices de los Soñadores Radicales? – Hugo le contestó, usando la ironía para ponerse a su nivel.
Se escuchó un breve silencio, antes de que la voz le contestara.

- Si Fabián, yo también he sentido una seria perturbación en el Campo Astral. No sé que pueda estar pasando, pero yo ya soy muy viejo para intentar un viaje… David y Mirna se han ido de la ciudad, y los Radicales ha muerto. Lo cierto es que, desde que cometimos ese crimen, ninguno de los tres ha repuesto las energías. Tradujimos eso como el pago del Karma, la justicia ante el error cometido. Yo entiendo que estés preocupado, sobre todo con estas muertes tan cercanas a nuestra forma de vida… yo mismo conocí a la mitad de los asesinados, y con algunos de ellos estreché buenos lazos de amistad.
- Maestro, ¿es que acaso no hay nadie que conozca que pueda desdoblarse y ver qué está pasando en el Campo Astral? Todo esto me tiene preocupado, sobre todo si Hugo ha descubierto el poder que tiene, él es una persona muy influenciable, y le puede pasar algo.
- Si Hugo se vuelve consciente de su poder, muchas cosas podrían pasarle. Pero no estamos aquí para analizar opciones, es mejor que hablemos con él a que nos quedemos aquí, divagando sobre eventos que pueden jamás haber sucedido.
- Voy a ver si está en su casa.

- Los Soñadores Radicales son historia antigua – explicó la voz –. Lo único grande que han hecho fue aprovechar un descuido mío para clamar que son héroes.
- Sin embargo, te vencieron – sentenció Hugo.
- ¡Por un mero descuido mío! De todos modos, eran tres contra mí, ¿Cómo peleas contra tres mientras cuidas del Cordón de Plata? – la voz estalló en cólera.
- Tienes razón, esos Radicales se las vieron negras contra ti, ¿no es así?
- Exacto, pero ahora, todo eso se revertirá. Tú, tu te has convertido en mi amigo, y sé que no dudarás en ayudarme. Tu espíritu es muy fuerte, solo tú tienes la llave para sacarme de aquí y poder conquistar así a las personas.

* * *

La distancia entre Hugo y Fabián se hacía cada vez más grande y evidente. Nunca llegaron a ser grandes amigos, pero aún así, la gente ya los veía como a una sola persona. Hugo se encontraba preocupado por cosas más importantes que el hecho de si la gente notaba su distancia con Fabián, y una de éstas era el delicado estado de salud en el que parecía estar su amigo. Su piel había perdido color, unas enormes bolsas se le abultaban en los ojos, se tambaleaba cuando se levantaba de su asiento, y caminaba lento, y en algunas ocasiones cojeaba con una pierna.
En la escuela había empezado un período de exámenes relativamente fácil, ya que acababan de regresar de vacaciones de Navidad, y los temas vistos en clase no eran muy extensos. A pesar de esto, a Hugo le iba muy mal en los exámenes. Era siempre el primero en entregar su prueba, y no porque hubiera estudiado, sino porque nunca contestaba nada, se limitaba a poner su nombre y la fecha. Por más que Hugo tratara de razonar con él, Víctor siempre encontraba una buena excusa para irse.
Después de varias semanas, Hugo perdió la paciencia con su extraño amigo. Sin saber en realidad cómo poder introducirse en la mente de una persona, se concentró excepcionalmente durante una clase, intentando romper las barreras físicas que le impedían penetrar en su amigo. Sentado justo detrás de él, no apartaba los ojos de la nuca de Víctor, olvidándose de cualquier pensamiento que no tuviera que ver con su objetivo.
De pronto, Víctor se precipitó sobre el pupitre, gritando de dolor, mientras se llevaba una mano a la nuca, exactamente en el mismo lugar donde Hugo tenía fija su mirada. El profesor, extrañado, dejó el marcador con el que escribía sobre el escritorio y se acercó a Víctor, mientras la clase le lanzaba miradas confundidas y soltaban risas en voz baja. Hugo se encontraba paralizado en su lugar, sin saber realmente si acercarse a su amigo, tocarlo, o quedarse donde estaba. A pesar de que nadie sabía lo que estaba pasando, Hugo imaginaba que tenía “CULPABLE” tatuado en la frente, y no descartaba la idea de que lo señalaran como el responsable.
- Víctor, ¿Qué pasa? – le preguntó el maestro.
- Nada… solo tuve una punzada muy fuerte.
- ¿Fue dolor muscular, o lo sentiste más adentro? – le preguntó, mientras examinaba la nuca del muchacho con los dedos.
Siendo profesor de Educación para la Salud, el neurólogo y profesor, Hernán Malacara Díaz, se preocupaba siempre por cualquier dolor que manifestaran tener sus pupilos.
- No se, sentí que casi me quebraba el hueso – le contestó Víctor, reflejando un profundo dolor continuo en su voz.
- Ve a recostarte a la enfermería y duerme un rato.
- ¿Con eso se me quita?
- Tal vez, pero de todos modos te vendría bien un buen sueño. Esas bolsas en los ojos te dan mal aspecto – luego, se volvió hacia Hugo.
- ¡Calderón! – le dijo en su usual tono molesto.
Hugo se quedó paralizado, viendo al profesor con una expresión perpleja muy estúpida.
- Llévalo a la enfermería; se ve tan mal, que me da la impresión de que se va a desplomar de un segundo a otro.

- Recuerdo muy pocas cosas de la semana pasada, ¿eso es normal, doctor Cid?
- En absoluto, Hugo. Las hierbas que he mezclado no tienen ese efecto sobre las personas. No entiendo lo que pasa, ¿quieres aclarármelo?
- ¿Cómo? – preguntó Hugo, impaciente.
Habían pasado ya varias semanas, y Fabián tuvo que arrastrar a Hugo a que cumpliera la cita que había concertado con el doctor varias semanas atrás.
- Quiero saber algo de tu sueño. ¿Qué tan bien ha funcionado el medicamento?
- De maravilla, ya no escucho la voz, ni me despierto en las noches.
- Sin embargo, sigue cansado, y, me atrevería a decir, mucho más que cuando no dormía – intervino Fabián.
El doctor Cid miró a Hugo con una ceja alzada. Había algo que no le estaba diciendo.
- ¿Qué tipo de sueños tienes, Hugo?
- ¿Qué tiene eso que ver con la consulta?
- Sólo quiero ver si el Insomnicida no provoca pesadillas.
Repentinamente, sin que nadie lo provocara, una ira incontenible despertó dentro de Hugo. Arrojó su silla contra el escritorio, logrando sólo unos daños en el barniz de aquella madera tan dura. Cid, contempló el suceso con una actitud de indiferencia. En cambio, Fabián dio un salto y tomó a Hugo de los hombros, lo azotó contra una de las paredes, y lo sacudió violentamente. No toleraba que le hicieran eso a una persona tan allegada a él.
- ¿Qué demonios te pasa, cabrón? – le vociferó. Era raro que él, una persona tan controlada, de repente estallara en ira, pero eso sólo sucedía cuando despertaban emociones demasiado violentas como para controlarlas.
- Ustedes no saben nada. Los primeros fueron los que llegaron al Campo Astral, pero pronto, el Nirvana nos pertenecerá – una voz habló desde el interior de Fabián. Con una sonrisa irónica, despertó la energía que yacía dormida dentro de su espíritu, y empujó a Fabián a lo largo de la habitación, cayó a los pies de Cid, y ya no se movió.
Jadeando de excitación, Hugo sacó del bolsillo de su pantalón un frasco con el Insomnicida, y se lo tomó todo de un trago. Cid trató de detenerlo, pero sus reflejos eran lentos. Para cuando trató de quitarle el frasco al joven, éste se desplomó, inconsciente.

- Idiota, pudiste haber salido de ahí – le dijo la voz.
- Ya no tenía caso, gracias a que alguien mandó todo a la verga, solo por quererse lucir enfrente del viejo. No entiendo por qué a veces entras en mi cuerpo, por Dios, si quieres quédatelo, a mí no me queda nada allá.
- Así no funcionan las cosas, hay cosas que son compatibles y hay cosas que no. Y resulta, que lo que más anhelo, un cuerpo joven y viril como el tuyo, no es compatible con mi espíritu. En otras palabras, si me posesiono de tu cuerpo, ambos seremos muertos; yo, en esencia, porque volví al mundo material sin tener los requisitos, y tú, porque no se rompió la unión entre tu cuerpo y espíritu, y ambos resultarán destruidos. Mi plan, aunque parezca simple, tiene en verdad su chiste… no cualquiera lo puede lograr. Necesito la percepción de ese muchacho, necesito que lo traigas aquí para que pueda hablar con él.
- ¿Y por qué no simplemente hablas con él, cara a cara, acerca de todo esto? Mi Cordón de Plata es fuerte, y te puedo garantizar una media hora sin problema alguno. ¿Te late?
- Está bien.
Y la voz dejó su escondite, por primera vez ante los ojos de Hugo, y se posó frente al pilar de luz que iluminaba aquella dimensión en tinieblas. No quedaba ninguna semejanza con lo que fue su forma humana. Lo que apareció fue un débil y torcido cuerpo negro, arrugado y plagado de costras, con varias hileras de dientes verdes y podridos, y dos ojos rojos que era lo único que despedían maldad. El resto del espíritu, producía asco y lástima.
Hugo estaba preparado para el sacrificio.

- Cid, todo es parte de su plan, sólo lee la carta, y reza porque estemos a tiempo.
El doctor revisó el bolsillo trasero del pantalón de Hugo, y tomó un papel doblado. Desarrugó la carta, sólo para encontrarse con un breve texto escrito a lápiz, y con una pésima caligrafía.

Fabián: Tómate el otro frasco. Confía en mí. Grave peligro para el mundo.
Cid: Déle el anillo de plata a Fabián, Marius me sedujo, lo siento.

Trataré de enmendar mi error. No tiempo para pensar las cosas. Ayúdenme..

Ambos se miraron, confundidos. Cid desprendió su cadena de plata que colgaba de su cuello, y deslizó un anillo del mismo material por la cadena hasta su mano. Se lo entregó, al tiempo que Fabián tomaba unas dos gotas del Insomnicida. Una lágrima escurrió por la mejilla de Cid.

Cuando por fin pudo recibir una imagen, notó que se encontraba en un plano de tinieblas infinitas. Lo único que brillaba era el resplandor del aura de Hugo. El anillo que mantenía en su mano había desaparecido, y en su lugar, empuñaba una larga daga plateada, con jeroglíficos y runas talladas a lo largo del mango y la hoja. Sorprendentemente, pudo leer los signos a lo largo de la hoja. Era un texto breve. Rezaba:
“Este es el arma del Soñador Radical: No me uses sin razón, no me guardes sin honor”.
- Él está en mi cuerpo, si lo cortas – le dijo señalando su Cordón de Plata – entonces nos destruirás a ambos.
- No quiero que mueras – protestó Fabián, en un hilo de voz.
- Quiero liberarme. Nunca me conociste del todo. No tengo razón para estar aquí o estar allá. Sólo córtalo, creí que encontraría venganza en asesinarlos, pero sólo trae más dolor. Éste es el precio que el Karma me impone para encontrar la paz. Nada malo te sucederá a ti. Hazlo.
Con los ojos ahogados en lágrimas, cortó de un tajo el Cordón de Plata. Hugo sufrió un espasmo, y luego su espíritu se contrajo, perdiendo su forma humana, desprendiéndose de todo. Los recuerdos, los pensamientos, los sentimientos, todo voló cerca de Fabián por unos instantes. Luego, el Cordón de Plata los succionó a través del hoyo, y desapareció como si hubiera sido retractado con una caña de pescar. Lo que quedaba de Hugo, una esfera luminosa, se desintegró en el limbo.
Fabián despertó bañado en lágrimas. Se encontraba tendido en el suelo del consultorio de Cid. A su lado, Hugo parecía estar sumido en un profundo sueño. No se movía. Nunca despertaría.

1 comentario:

Ometopía dijo...

Personalmente me agradó tu narración, aunque no entendí muy bien la motivación de cada personaje. Lo que yo creo es que es un cuento dedicado a un público muy limitado, es decir: tú sabes bien quién debe leer este cuento y quién lo entenderá a la perfección. En mi caso escribo herméticamente para que cuando las 3 ó 4 persoas más importantes para mí en ese momento se junten comprendan el mensaje.
Fuera de ello, el referente de los soñadores Radicales me causó cierto choque y no pude dejar de imaginarme por qué ponías el nombre de Cid en un personaje.
Es buen texto, las escenas metafísicas están bien logradas, no las mejotres, admitámoslo, pero son buenas. Suficientemente creíbles y no entran de forma repentina en la narración, se siente fluir la proyección astral que tiene el protagonista.
Saludos desde la Biblioteca. Se te extrañará en el MSN hoy.

Jaa na !!