Introducción
8 de octubre de 1974. Para quienes somos relativamente jóvenes, esa fecha no tiene gran relevancia. Sin embargo, para quienes ahora vivimos en el libre y soberano estado de Quintana Roo, esa fecha debería representar tanto como el día de nuestro cumpleaños. ¿Por qué? Simplemente porque ese día, el Congreso aprobó la transición del territorio de Quintana Roo al estado de Quintana Roo.
Pero, Quintana Roo había existido desde 1917, y hasta ahora se venía transformando en un estado, ¿Qué pasó? Pues durante el mandato del presidente Gustavo Díaz Ordaz, el Gobierno Federal le propuso al Banco de México la creación de un plan de Turismo, y le pidió que buscara zonas ideales para erigir una zona que fuera adecuada para desarrollar dicho plan. La respuesta fue que en la zona norte del estado, se había descubierto una hermosa isla en forma de “siete”, y que, a pesar de que existían muchas condiciones adversas, su belleza natural la convertía en la candidata ideal para desarrollarse como un exitoso punto turístico.
Así fue como, a la par con el estado, Cancún nació como el polo turístico más importante del país, y como la carta fuerte del gobierno de Díaz Ordaz. La fecha oficial que se tiene para el nacimiento de la ciudad fue la fecha en que se inauguró el primer aeropuerto. Desde ese entonces, y a través de ya treinta y dos años, Cancún ha ido creciendo a un ritmo tan acelerado, que pocos lo podemos ver sin asombrarnos de los cambios tan vertiginosos que acontecen.
Primera percepción
La gran mayoría de la sociedad cancunense está compuesta de inmigrantes de todas partes del país. Yo soy uno de ellos. Los cambios de ciudad afectan a las personas de una manera u otra, unos manifiestan sus emociones, otros las callan, a muchos de nosotros nos cuesta quitarnos la nostalgia del pasado, y muchos otros vienen aquí esperando encontrar el cambio que buscaban. De una manera u otra, venir a Cancún se convierte en una experiencia única en la vida, pues a estas alturas de la historia, es raro llegar a una ciudad sin raíces, sin cultura, ni tradiciones típicas. Y muchos lo podemos comprobar, sólo basta buscar en los anales de la historia otra ciudad que tenga nuestra edad. Son muy pocas, se podrían contar con los dedos y la mayoría de ellas se encuentra en nuestro mismo estado.
Algo que ya todos sabemos es que Cancún es una mezcolanza de personas que vienen de todo el país cargados de sueños e ilusiones, con la esperanza de encontrar las oportunidades que les fueron negadas en sus lugares de origen. Un gran porcentaje viene del Distrito Federal, otros de Mèrida, Veracruz, Chiapas, Acaplco, etc. Esta diversidad de origen tiene un efecto muy curioso en las personas. El sentimiento de soledad se apodera de nosotros en cuanto nos damos cuenta que estamos aquí, nuestra familia allá, y ya nunca vamos a regresar al lugar que nos vio nacer. Darse cuenta de que ya no tenemos un apoyo, ni moral ni sociológico, va llevando a las personas a un proceso gradual de depresión.
El factor temporal es muy importante, pues el momento en que cada uno de nosotros se da cuenta de esta verdad varía mucho. El mismo atractivo de Cancún sumerge a las personas en la primera percepción. El inmigrante llega con las ganas de disfrutar cada uno de los elementos que convierten a esta ciudad en un paraíso. Se pasa los días en la playa, visitando las plazas, conociendo la Riviera Maya, todo esto, obviamente de acuerdo a las posibilidades económicas.
Este período puede fluctuar entre semanas, meses, o años. Pero tarde o temprano, cuando la efusividad de sentirse en un lugar de ensueño comienza a ser sustituida por la ira ante las carencias y defectos de Cancún, el inmigrante llega a un punto en donde toca fondo. Este momento puede ser comparado con el punto en que un alcohólico se da cuenta que la bebida ya no es la solución a sus problemas. Y una vez que se notan las carencias, la nostalgia aflora en su máxima expresión, pues ni las mejores opciones de Cancún resultan suficientes para satisfacer la diversión y la diversidad de opciones que ofrece una urbe, como por ejemplo, el Distrito Federal.
Segunda percepción
El inmigrante ya se dio cuenta de que la diversión en Cancún es limitada a unas cuantas opciones: playa, antros y cine. Pero eso sólo es el principio. Una vez que la ilusión del paraíso perfecto se ha ido por completo, se da cuenta de su soledad. Está lejos de sus seres queridos, saltando entre empleos temporales, que se abren cuando llega la temporada alta y se cierran cuando llega la baja. Sin familia, la opción más viable es buscarse amigos con quienes pasar el rato. Pero, ¿Qué pasa en una sociedad tan cosmopolita? Es difícil encontrar personas con sus mismos gustos e intereses, y es común que las amistades duren poco, dado que la población es muy flotante. Debido a esto, las relaciones amistosas se vuelven muy ligeras, superficiales e interesadas. En Cancún pocos llegan con la mano extendida a ofrecerte una amistad sincera, pues todos tratan de sacar el mayor provecho que puedan. Los amigos se exprimen unos a otros mediante favores, y, como no se preocupan en trascender esa relación, se les hace más fácil dejarla morir.
Aunque las personas digan que no les afecta, este continuo roce de hipócritas relaciones nos va afectando psicológicamente. Cada vez se vuelve más difícil confiar en una persona, y cada vez que se conoce a alguien, se antepone un prejuicio que muchas veces nada tiene que ver.
Lo mismo pasa con las relaciones amorosas. Al ser tan superficiales, se pierde la chispa del amor, que obligadamente necesitamos mantener viva en una relación de pareja; y todo eso se busca estúpidamente en el sexo. “Tal vez si me acuesto con ella pueda saber si realmente siento algo por ella o no”, es el pensamiento al que los cancunenses recurrimos cuando comenzamos a andar con alguien. En los adolescentes de mi generación, la de la segunda mitad de los ochentas, la duración promedio de los noviazgos en la secundaria, preparatoria y universidad, es de dos meses. Hay personas que se dan cuenta demasiado tarde que su relación estaba muerta desde el principio, y que lo único que la mantenía existiendo era el miedo a estar solos en esta ciudad.
El turismo también tiene una gran influencia en cuanto a las relaciones personales. Vayamos más allá del miedo a la soledad y de la flotabilidad e inestabilidad de los residentes de Cancún. Estados Unidos es, quieran o no, la principal influencia que tenemos en este polo turístico. Y el modo de vida americano es uno que copiamos sin siquiera darnos cuenta. Bastaba con ver, en la década de los noventa, la cantidad de dólares que circulaban en manos de nacionales, el número de tiendas de abarrotes con productos estadounidenses en el centro de la cuidad, y ya en el presente, el enorme número de anuncios en inglés que hay en las revistas de sociales, todas las tiendas que están sonando en Estados Unidos, el éxito en la taquilla cancunense de los “churros” americanos como Misión Imposible 3, la cantidad de escuelas que ponen su nombre en inglés, o que al menos dice “Americano” en alguna parte de su nombre (¿ejemplos? Si como no: Instituto Americano Leonardo Da Vinci, Colegio St.John’s, Centro Universitario Anglo Mexicano, Colegio Británico, American School).
Tercera percepción
Pasan unos años. El inmigrante ya se considera “orgullosamente cancunense y dignamente quintanarroense”. Aquí, ya se percató de que los amigos y el amor de verdad escasean en gran medida. Es ahora que se enfrenta a las consecuencias de las consecuencias, es decir, los problemas que ya no sólo lo afectan a él, sino a toda la ciudad.
El porcentaje del virus del VIH en nuestra ciudad es alarmante. Uno ya no sabe en quién confiar y en quién no; y añádanle esto a la promiscuidad propia del polo, vamos a tener una población cancunense en donde 9 de cada 10 estén infectados. Y, por último, agreguemos el toque final. Los infectados no saben que están enfermos, son despedidos, y se mudan a otras ciudades. Allá honran la tradición cancunense y continúan con la promiscuidad, esparciendo la enfermedad por todo el país.
Los inmigrantes que se quedan, afectados por esta indiferencia caen a la larga en un grave estado de depresión, un problema muy grave y que está propagándose como si fuera una plaga. Se puede pensar que el inmigrante se deprime solo y en su casa, pero, ¿Qué pasa con las familias? Hay muchas cuyos padres se ven enfrentados a estos problemas día con día, y al ir enfrascándose tanto en ellos como en sus propios sentimientos depresivos, descuidan a los hijos. Estos a su vez, crecen pensando que sus padres no los quieren, o no les importan, y se deprimen también. Luego se encuentran con amigos en la misma situación y se deprimen juntos.
Este problema trae consigo varias soluciones, que en sí también son problemas, y me refiero al tabquismo, el alcoholismo, la drogadicción, y el suicidio. Las personas deprimidas de alguna manera tienen que escapar de la realidad, y estas cuatro opciones presentan un escape momentáneo, pero no acaban con el problema. El tabaquismo en los adolescentes puede considerarse como el menor de los problemas, pues sus efectos son a largo plazo. Pero con esto no quiero decir que se acepte o se tolere, también debe ser combatido. El alcoholismo es un problema muy delicado, pues trae consigo aún más problemas. Las muertes por conducir en estado de ebriedad son algo muy frecuente en esta ciudad, y las cifras nos están diciendo que hay un problema muy grave. Por otra parte, cuando se alcoholizan, las personas – y no solamente los adolescentes – tienden a adquirir valor para suicidarse o atentar contra su cuerpo. La drogadicción ni se diga, es un mal que cada vez afecta a más personas, las esclaviza y las pierde en una variante de la realidad de la cual rara vez logran escapar. Y los suicidios, pues, qué mas se puede decir, basta con ver el índice. A la fecha (miércoles 17 de mayo de 2006), y sólo en este año, se han cometido ya cerca de cuarenta suicidios, todos ellos por causas y problemas de los que ya me he ocupado de hablar: infidelidad, falta de empleo y depresión.
Así que vamos cayendo en un círculo vicioso a medida que nos vamos acoplando a las reglas de esta ciudad.
Al principio somos los foráneos que disfrutamos de la ciudad. Después nos vamos acostumbrando a los problemas de la sociedad, a la vez que nos vamos amoldando para encajar en este vicioso sistema, eso si, sin dejar de gritar que Cancún esta mal y hay que hacer algo por cambiarlo. Al final, las personas se vuelven uno más del gran problema sin solución. Dejan de prestarle atención a lo que en un principio consideraban errores, y se vuelven parte de ellos. Viven solamente para seguir adelante con el camino que se les tendió, aprovechan las oportunidades siempre y cuando no sean muy riesgosas, y velan solamente por su propio interés.
Por último, o se van de aquí, o se cuelgan de una hamaca, o simplemente logran trascender, compran un condominio en la playa, y ahogan sus penas en Canta Bar (jueves), en el Bulldog (viernes), o en el Dady’O (sábado). Se casan, se divorcian, se enamoran de otra, se casan de nuevo, se divorcian de nuevo, y el ciclo nunca termina.
8 de octubre de 1974. Para quienes somos relativamente jóvenes, esa fecha no tiene gran relevancia. Sin embargo, para quienes ahora vivimos en el libre y soberano estado de Quintana Roo, esa fecha debería representar tanto como el día de nuestro cumpleaños. ¿Por qué? Simplemente porque ese día, el Congreso aprobó la transición del territorio de Quintana Roo al estado de Quintana Roo.
Pero, Quintana Roo había existido desde 1917, y hasta ahora se venía transformando en un estado, ¿Qué pasó? Pues durante el mandato del presidente Gustavo Díaz Ordaz, el Gobierno Federal le propuso al Banco de México la creación de un plan de Turismo, y le pidió que buscara zonas ideales para erigir una zona que fuera adecuada para desarrollar dicho plan. La respuesta fue que en la zona norte del estado, se había descubierto una hermosa isla en forma de “siete”, y que, a pesar de que existían muchas condiciones adversas, su belleza natural la convertía en la candidata ideal para desarrollarse como un exitoso punto turístico.
Así fue como, a la par con el estado, Cancún nació como el polo turístico más importante del país, y como la carta fuerte del gobierno de Díaz Ordaz. La fecha oficial que se tiene para el nacimiento de la ciudad fue la fecha en que se inauguró el primer aeropuerto. Desde ese entonces, y a través de ya treinta y dos años, Cancún ha ido creciendo a un ritmo tan acelerado, que pocos lo podemos ver sin asombrarnos de los cambios tan vertiginosos que acontecen.
Primera percepción
La gran mayoría de la sociedad cancunense está compuesta de inmigrantes de todas partes del país. Yo soy uno de ellos. Los cambios de ciudad afectan a las personas de una manera u otra, unos manifiestan sus emociones, otros las callan, a muchos de nosotros nos cuesta quitarnos la nostalgia del pasado, y muchos otros vienen aquí esperando encontrar el cambio que buscaban. De una manera u otra, venir a Cancún se convierte en una experiencia única en la vida, pues a estas alturas de la historia, es raro llegar a una ciudad sin raíces, sin cultura, ni tradiciones típicas. Y muchos lo podemos comprobar, sólo basta buscar en los anales de la historia otra ciudad que tenga nuestra edad. Son muy pocas, se podrían contar con los dedos y la mayoría de ellas se encuentra en nuestro mismo estado.
Algo que ya todos sabemos es que Cancún es una mezcolanza de personas que vienen de todo el país cargados de sueños e ilusiones, con la esperanza de encontrar las oportunidades que les fueron negadas en sus lugares de origen. Un gran porcentaje viene del Distrito Federal, otros de Mèrida, Veracruz, Chiapas, Acaplco, etc. Esta diversidad de origen tiene un efecto muy curioso en las personas. El sentimiento de soledad se apodera de nosotros en cuanto nos damos cuenta que estamos aquí, nuestra familia allá, y ya nunca vamos a regresar al lugar que nos vio nacer. Darse cuenta de que ya no tenemos un apoyo, ni moral ni sociológico, va llevando a las personas a un proceso gradual de depresión.
El factor temporal es muy importante, pues el momento en que cada uno de nosotros se da cuenta de esta verdad varía mucho. El mismo atractivo de Cancún sumerge a las personas en la primera percepción. El inmigrante llega con las ganas de disfrutar cada uno de los elementos que convierten a esta ciudad en un paraíso. Se pasa los días en la playa, visitando las plazas, conociendo la Riviera Maya, todo esto, obviamente de acuerdo a las posibilidades económicas.
Este período puede fluctuar entre semanas, meses, o años. Pero tarde o temprano, cuando la efusividad de sentirse en un lugar de ensueño comienza a ser sustituida por la ira ante las carencias y defectos de Cancún, el inmigrante llega a un punto en donde toca fondo. Este momento puede ser comparado con el punto en que un alcohólico se da cuenta que la bebida ya no es la solución a sus problemas. Y una vez que se notan las carencias, la nostalgia aflora en su máxima expresión, pues ni las mejores opciones de Cancún resultan suficientes para satisfacer la diversión y la diversidad de opciones que ofrece una urbe, como por ejemplo, el Distrito Federal.
Segunda percepción
El inmigrante ya se dio cuenta de que la diversión en Cancún es limitada a unas cuantas opciones: playa, antros y cine. Pero eso sólo es el principio. Una vez que la ilusión del paraíso perfecto se ha ido por completo, se da cuenta de su soledad. Está lejos de sus seres queridos, saltando entre empleos temporales, que se abren cuando llega la temporada alta y se cierran cuando llega la baja. Sin familia, la opción más viable es buscarse amigos con quienes pasar el rato. Pero, ¿Qué pasa en una sociedad tan cosmopolita? Es difícil encontrar personas con sus mismos gustos e intereses, y es común que las amistades duren poco, dado que la población es muy flotante. Debido a esto, las relaciones amistosas se vuelven muy ligeras, superficiales e interesadas. En Cancún pocos llegan con la mano extendida a ofrecerte una amistad sincera, pues todos tratan de sacar el mayor provecho que puedan. Los amigos se exprimen unos a otros mediante favores, y, como no se preocupan en trascender esa relación, se les hace más fácil dejarla morir.
Aunque las personas digan que no les afecta, este continuo roce de hipócritas relaciones nos va afectando psicológicamente. Cada vez se vuelve más difícil confiar en una persona, y cada vez que se conoce a alguien, se antepone un prejuicio que muchas veces nada tiene que ver.
Lo mismo pasa con las relaciones amorosas. Al ser tan superficiales, se pierde la chispa del amor, que obligadamente necesitamos mantener viva en una relación de pareja; y todo eso se busca estúpidamente en el sexo. “Tal vez si me acuesto con ella pueda saber si realmente siento algo por ella o no”, es el pensamiento al que los cancunenses recurrimos cuando comenzamos a andar con alguien. En los adolescentes de mi generación, la de la segunda mitad de los ochentas, la duración promedio de los noviazgos en la secundaria, preparatoria y universidad, es de dos meses. Hay personas que se dan cuenta demasiado tarde que su relación estaba muerta desde el principio, y que lo único que la mantenía existiendo era el miedo a estar solos en esta ciudad.
El turismo también tiene una gran influencia en cuanto a las relaciones personales. Vayamos más allá del miedo a la soledad y de la flotabilidad e inestabilidad de los residentes de Cancún. Estados Unidos es, quieran o no, la principal influencia que tenemos en este polo turístico. Y el modo de vida americano es uno que copiamos sin siquiera darnos cuenta. Bastaba con ver, en la década de los noventa, la cantidad de dólares que circulaban en manos de nacionales, el número de tiendas de abarrotes con productos estadounidenses en el centro de la cuidad, y ya en el presente, el enorme número de anuncios en inglés que hay en las revistas de sociales, todas las tiendas que están sonando en Estados Unidos, el éxito en la taquilla cancunense de los “churros” americanos como Misión Imposible 3, la cantidad de escuelas que ponen su nombre en inglés, o que al menos dice “Americano” en alguna parte de su nombre (¿ejemplos? Si como no: Instituto Americano Leonardo Da Vinci, Colegio St.John’s, Centro Universitario Anglo Mexicano, Colegio Británico, American School).
Tercera percepción
Pasan unos años. El inmigrante ya se considera “orgullosamente cancunense y dignamente quintanarroense”. Aquí, ya se percató de que los amigos y el amor de verdad escasean en gran medida. Es ahora que se enfrenta a las consecuencias de las consecuencias, es decir, los problemas que ya no sólo lo afectan a él, sino a toda la ciudad.
El porcentaje del virus del VIH en nuestra ciudad es alarmante. Uno ya no sabe en quién confiar y en quién no; y añádanle esto a la promiscuidad propia del polo, vamos a tener una población cancunense en donde 9 de cada 10 estén infectados. Y, por último, agreguemos el toque final. Los infectados no saben que están enfermos, son despedidos, y se mudan a otras ciudades. Allá honran la tradición cancunense y continúan con la promiscuidad, esparciendo la enfermedad por todo el país.
Los inmigrantes que se quedan, afectados por esta indiferencia caen a la larga en un grave estado de depresión, un problema muy grave y que está propagándose como si fuera una plaga. Se puede pensar que el inmigrante se deprime solo y en su casa, pero, ¿Qué pasa con las familias? Hay muchas cuyos padres se ven enfrentados a estos problemas día con día, y al ir enfrascándose tanto en ellos como en sus propios sentimientos depresivos, descuidan a los hijos. Estos a su vez, crecen pensando que sus padres no los quieren, o no les importan, y se deprimen también. Luego se encuentran con amigos en la misma situación y se deprimen juntos.
Este problema trae consigo varias soluciones, que en sí también son problemas, y me refiero al tabquismo, el alcoholismo, la drogadicción, y el suicidio. Las personas deprimidas de alguna manera tienen que escapar de la realidad, y estas cuatro opciones presentan un escape momentáneo, pero no acaban con el problema. El tabaquismo en los adolescentes puede considerarse como el menor de los problemas, pues sus efectos son a largo plazo. Pero con esto no quiero decir que se acepte o se tolere, también debe ser combatido. El alcoholismo es un problema muy delicado, pues trae consigo aún más problemas. Las muertes por conducir en estado de ebriedad son algo muy frecuente en esta ciudad, y las cifras nos están diciendo que hay un problema muy grave. Por otra parte, cuando se alcoholizan, las personas – y no solamente los adolescentes – tienden a adquirir valor para suicidarse o atentar contra su cuerpo. La drogadicción ni se diga, es un mal que cada vez afecta a más personas, las esclaviza y las pierde en una variante de la realidad de la cual rara vez logran escapar. Y los suicidios, pues, qué mas se puede decir, basta con ver el índice. A la fecha (miércoles 17 de mayo de 2006), y sólo en este año, se han cometido ya cerca de cuarenta suicidios, todos ellos por causas y problemas de los que ya me he ocupado de hablar: infidelidad, falta de empleo y depresión.
Así que vamos cayendo en un círculo vicioso a medida que nos vamos acoplando a las reglas de esta ciudad.
Al principio somos los foráneos que disfrutamos de la ciudad. Después nos vamos acostumbrando a los problemas de la sociedad, a la vez que nos vamos amoldando para encajar en este vicioso sistema, eso si, sin dejar de gritar que Cancún esta mal y hay que hacer algo por cambiarlo. Al final, las personas se vuelven uno más del gran problema sin solución. Dejan de prestarle atención a lo que en un principio consideraban errores, y se vuelven parte de ellos. Viven solamente para seguir adelante con el camino que se les tendió, aprovechan las oportunidades siempre y cuando no sean muy riesgosas, y velan solamente por su propio interés.
Por último, o se van de aquí, o se cuelgan de una hamaca, o simplemente logran trascender, compran un condominio en la playa, y ahogan sus penas en Canta Bar (jueves), en el Bulldog (viernes), o en el Dady’O (sábado). Se casan, se divorcian, se enamoran de otra, se casan de nuevo, se divorcian de nuevo, y el ciclo nunca termina.
2 comentarios:
Master of the minds: Salvo que te equivocaste POR 10 AÑOS EN TU INTRODUCCIÓN (Quintana Roo se vuelve Estado libre y soberano en 1974, no 1964) está muy interesante el escrito. El cuento está medio medio... Hay algunos errores de tiempo-espacio, pero va, es un principio...
saluditos y luego en persona te platico más cosas.
BYE!!!
Puede llegar a ser muy malo el hecho de que tengamos lugres que generen eso. En mi caso soy tapatío. No un GRAN tapatío, pero me gusta mucho mi ciudad, pese a que tenga muchos errores la defiendo. Es un asco en personas falsas y de doble moral, pero la historia que tiene me emociona un poco.
Conozco los lugares históricos y les doy un nuevo significado épico en mi mente que me hace pensar que el Teatro Degollado en realidad fue donde se hicieron presentaciones por cantantes asesinadas desde lo alto de una iglesia por un francotirador... cosa que no pasó... pero me agrada pasear en mi pequeña cabeza sin perderme, pues siempre miro hacia la realidad.
Jaa na !!
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