My life, has been extraordinary: blessed and cursed and won.


martes, 4 de septiembre de 2007

Mi Venganza (cuento) Nota: todos los cuentos tienen derechos de autor. Su uso para cualquier fin lucrativo será considerado plagio y robo.

Refugiados por el manto nocturno, los niños se acercaron a la pared.
- Oye espera, te quiero preguntar una cosa – le dijo Cely a Mario.
- ¿De que se trata? – le respondió.
- Quería saber... – comenzó.
Se escucharon pasos en la casa, y el sonido de la puerta rechinante al ser abierta. Mario se abalanzó sobre Cely y le cubrió la boca.
- Shh – susurró.
La criada de la familia salió a depositar una cubeta en el cobertizo, y luego volvió a entrar.
- Cely, ¿estas segura de que quieres hacer esto? – le preguntó Mario.
- Totalmente.
- Entonces, vamos.
- Espera... lo que te iba a preguntar....

Cely, vestida de negro al igual que todos los presentes, se acercó temerosa a ataúd de su madre. Los labios le temblaban, las manos se encogían deteniendo su corazón, sus ojos derramaban silenciosas lágrimas. Verla por última vez. Tendría que ponerse de puntitas para alcanzar el borde del ataúd. Un paso más. Uno más. Se dio cuenta que no podría darlo. Su madrina le extendió una hermosa vela gruesa encendida. Cely la sostuvo delicadamente entre sus manos. Miró la flama. El hermoso fuego bailando sobre el pabilo, derritiendo toda esa materia, terminando una forma de existencia y empezando otra.
Una mano se posó sobre su hombro. Era pequeña como la suya, segura de si misma, tal y como Cely. De alguna manera, ese gesto le proporcionó valor. Cely bajó la cabeza. Aún en las circunstancias más adversas, reconocería esa mano. Era Mario. El muchacho la rodeó con el brazo, instándola a que se recargara sobre su pecho para llorar. Cely le cedió la vela, y Mario la retiró de ambos para que no les causara daño. Cely hundió su cabeza en el pecho de Mario, deshaciéndose en llanto. La suave textura de la camisa negra de Mario le sirvió de almohada para desahogarse. Los ojos de Mario permanecían impasibles, ajenos al dolor de Cely, pero llenos de empatía hacia su amiga. Respiró el suave olor de su cabello, que se enredaba en su nariz y le molestaba en los ojos. Aquella fresca fragancia que Cely siempre usaba lo embriagaba como nada en el mundo. Lo atraía inexorablemente. La estrechó aún con más fuerza. La encaminó hacia el ataúd, y Cely, sintiéndose más segura con su mejor amigo al lado, pudo ofrecerle una rosa blanca a su querida madre.

Nuevamente, Mario estaba con ella. Se sentía invencible cuando estaban juntos. Cely iría al fin del mundo y Mario la acompañaría hasta él. Estaba totalmente segura de que nunca estaría sola mientras lo tuviera a él.
- Cely – la llamó su madrina.
Cely despertó como de un sueño, y se encaminó junto con su amigo a la oficina del notario. Claro está que, en aquel pueblito, la oficina era la sala de estar dentro de la casa del notario público. Cely ocupó un sillón junto con Mario, y su madrina ocupó el otro. Martín Cuellar se colocó sus anteojos y comenzó a leer el testamento en voz alta.
- “Y así es como yo, Magdalena Macías de Torres, dejo en posesión de mi comadre Ilia González, la mitad de los ahorros de toda la vida, con la condición de que administre la mitad de esos ahorros en despensas y gastos de educación para mi hija Celia Macías Torres. Mi patrimonio restante, mis ahorros y mis muebles, se los heredo todo a mi hija Celia. Y a mi hermana Leticia, a quien le mando muchos saludos, le dejo lo único que siempre quiso: mis aretes de oro con el collar de oro. Señor notario, por favor haga usted entrega de la pequeña caja de madera que le dejé la última vez que nos concertamos en su oficina”. Una herencia corta si se me permite – dejó sus anteojos en la mesita de centro, y bebió de su vaso de plástico un sorbo de agua – . Y bastante extraña. Haber niña, tu madre te quiso dejar esto – tomó de un estante lleno de libros una caja de madera, tal y como su madre la habría descrito.
Le entregó la caja junto con una llave que abría un diminuto candado soldado a la tapa. Cely la tomó como si de una reliquia se tratara, y la colocó cuidadosamente en la mesa de centro. Tomó la llave y abrió la caja de madera. A primera vista, no se apreciaba nada de alto valor; sólo contenía una fotografía vieja de dos niñas abrazadas, un amarillento papel sacado de un bloc de notas y un viejo retrato de un hombre cuarentón. Aquello representaba la verdad escondida de Cely durante doce años.

La carta cayó al piso, hecha bolita.
- No – negó ella.
- ¿No? – preguntó Mario.
Las lágrimas comenzaron a escurrir por su rostro. La verdad era más hiriente que un balazo directo al corazón.
- Es que no puede ser cierto, Mario...(sniff)..n-no puede-e ser cierto. ¡No puede ser! – Cely estaba al borde de la locura.
Mario la tomó en brazos y la estrechó fuerte. Cerró los ojos para concentrar toda su fuerza en la siguiente frase. Lo que le dijera la afectaría por el resto de su vida. Estaba a punto de comenzar, pero Cely lo interrumpió.
- ¿Sabes tu lo que se siente al descubrir que todo lo que diste por sentado en tu vida resulta ser una pinche mentira? – le preguntó, con un tono hiriente.
- Cely, tienes que calmarte – le susurró.
Para eso, Mario no tenía ningún comentario filosófico ni existencial. Sólo la podía calmar hasta que se le ocurriera algo brillante para decirle.
- ¡El mundo es una puta mentira!, ¿¡Me oyes Mario!? ¡Nunca confíes en nadie! Nadie te dice la verdad. En lo que a mi me importa, todo lo que me han dicho son mentiras.
- Cely, sabes que yo no soy una mentira, y mi amistad hacia ti tampoco lo es. Ahora, cálmate y piensa por qué tu tía decidió ocultarte lo de tu madre.
- Eso no es ningún misterio. Lo dice todo en la carta – respondió secamente.
Mario leyó la carta de inicio a fin, devorando cada palabra. Se sorprendió mucho para el final de la misma. La hoja resbaló de sus manos, y cayó al suelo, meciéndose con el aire. Cely miró a Mario desde el viejo sillón de su sala. Mantenía los brazos cruzados en señal de espera. Mario mantenía la mirada perdida en el horizonte. Razonaba cada palabra, cada sentido, sufría cada punzada en el corazón al recordar aquella carta. Decidió que aquella debía ser la peor carta que se le podía escribir a un ser humano. Se llenó de empatía al ver la expresión de Cely.
- ¿Qué piensas? – preguntó a la niña.
- Que quiero conocer a mi madre, y cuando la encuentre, me vengaré de ella de la manera más cruel posible – contestó, con un brillo lunático en los ojos.

Mi estimada Cely. Espero que te estén cuidando bien en estos momentos, y que mi ausencia no haya dado pie a carencia alguna. Como sabrás, yo ya no podré estar contigo ni un día más, así que quiero que te portes de la mejor manera posible. Para mí es muy difícil decirte el tema de esta carta, así que lo pondré tal y como es. Tú no eres mi hija. Fuiste entregada a mí por mi hermana, un día de noviembre hace muchos años. Ella no te quería, decía que eras producto de la lujuria y el pecado entre dos amantes. Me pidió de favor que te cuidara lo mejor que pudiera y que te criara como una hija propia. Y me parece que eso es lo que traté de hacer. Al principio yo tampoco te estimaba en gran medida, pero poco a poco me tuve que acostumbrar a tu presencia en mi casa, y terminé amándote genuinamente. Tal vez no me creas al principio, pero el amor surgió de pronto.
La verdad acerca de tus padres, eso es algo más difícil de escribir, pero trataré de ....

Llegaron en la mañana. El maloliente camión los dejó en la orilla de la carretera, y tuvieron que caminar hacia el pueblo. La comunidad iba en progreso. La venta de armas en aquella remota población le había dado reputación a Torres y su floreciente negocio. Desde la época de la revolución, se había convertido en uno de los distribuidores más famosos del sur. Sus tiendas suplían de armas al mismísimo Zapata cuando la guerra estaba en su clímax. Hasta el camino por el que transitaban Mario y Cely tenía una historia famosa. El pueblo quedaba a veinte minutos de la carretera principal, y Cely se cansaba si andaba mucho bajo el sol. Descansaron bajo un árbol por media hora, y luego esperaron a que una carreta pasara. Se treparon clandestinamente en la parte trasera de la carreta y avanzaron lo que les quedaba de camino.
El pueblo en sí no era la gran maravilla. Se componía principalmente de una aldea de trabajadores, unas fábricas un poco retiradas y de una hermosa hacienda, propiedad de Arturo Torres de la Vega. Asimismo, desempeñaba la función de cacique del pueblo, líder político y religioso de las comunidades indígenas vecinas.
Cely y Mario tardaron poco en encontrar una posada con fonda para comer y dormir el tiempo que fuera necesario.

…describirlos lo mejor posible. Puede ser la fiebre, o simplemente el paso del tiempo, pero parece que ya no los recuerdo tan fresco como antes. Ninguno de los dos te quiso jamás. Para ellos eras un accidente, un defecto de su amor escondido. No te podían tener ahí. La gente sospecharía de la criada de Arturo Torres de la Vega. Ése es el nombre de tu padre. Un hombre avaro, violento y vengativo. Anexé su fotografía en la caja para que veas de quien se trata, en caso de que decidiera aparecerse en el pueblo. No conozco muchos datos de él, con excepción de lo que te escribí arriba.

- ¿Crees que con esto sea suficiente para matarlas? – le preguntó Cely.
- Por supuesto que sí. Con esto destruiríamos media hacienda.
- Por cierto, dime cuál es el plan, Mario – le preguntó de nuevo.
- Es muy fácil. Entramos, les disparamos y salimos.
Trazó un plano en la delgada tierra que representaba el terreno y la hacienda de Torres. Dibujó unas flechas para indicar las entradas y otras para indicar las rutas de escape.

Entre las tinieblas del pueblo, dos figuras se movían de prisa, con dirección a la hacienda de Arturo Torres.
Se trataba de dos adolescentes que estaban a un paso de dejar la inocencia de la niñez y pasar a la red de remordimientos de la edad adulta. Los dos iban armados con dos revólveres de seis balas. Iban vestidos lo más cómodamente posible, en caso de que la situación se tornara peligrosa y tuvieran que emplear acrobacias complejas.

- Mira, entramos por los establos y caminamos el pasillo que conduce al interior de la mansión.

Saltaron la barda de piedra que protegía a la hacienda y corrieron como relámpagos hasta la los establos de la hacienda. Dentro, una decena de caballos dormitaba tranquilamente. Los muchachos fueron tan discretos que los caballos no se dieron cuenta de su presencia.

>>Subimos las escaleras hacia el segundo piso y nos encargamos cada quien de una hija.

Se detuvieron en la sala para descansar un poco de la carrera que pegaron. Ambos sacaron las pistolas de las fundas de los cinturones y cargaron una bala en la recámara. Decididos, asintieron y comenzaron el ascenso al segundo piso.

>>Luego salimos corriendo hacia el pasillo y los esperamos, a Arturo y a su esposa en la vuelta de las escaleras, de tal manera que no nos vean cuando salen corriendo de sus cuartos. Y luego salimos por donde entramos y nos pelamos en un caballo.
Cely lo miraba perpleja.
- ¿Cómo estás tan seguro de cómo es la hacienda? – le preguntó.
- Hace mucho tiempo yo vivía aquí – respondió lúgubremente, al tiempo que cargaba un revólver.

Tu madre, mi hermana, ella siempre fue la mala del cuento. Andaba de lagartona por ahí. y por allá, sólo porque le gustaba el placer del sexo. Lo disfrutaba de una manera pecaminosa y lujuriosa. Se acostaba con cualquiera y luego veía quién lo hacía más rico. El caso es que nunca se embarazó de nadie. Por un momento tu abuela pensó que la niña sería infértil. Pero luego se perdió en la carretera y la encontró Arturo. Dos años después, tu llorabas con vida en sus brazos. Fuiste un milagro que nunca fue apreciado. Siento decirte esto de esta manera, pero estando viva nunca hubiera reunido las fuerzas suficientes para decírtelo. La parte más dura es ésta. Yo siempre amé mucho a tu madre, la urgía a que no se quedara con Arturo, le supliqué que no se mudara con él. Pero nunca me hizo caso.
Las cartas que tu madre me mandaba están enterradas en una caja igual a la que contenía esta carta, en el jardín, junto al olmo. Cely, por las cartas que tu madre me enviaba, no tardé en odiar a tu padre. Siempre la hizo sentir miserable. Cuando fijó sus ojos en una mujer de descendencia española, de tez blanca y familia acomodada, convirtió a tu madre en la esclava de la mansión. Era la gata de todos, y lo que más me enoja es que nunca hizo nada por mejorar su calidad de vida. Tu madre vivió y murió miserable. Me mandaron una carta hace un año, avisándome de su muerte. Y como no querían traerme el cadáver, me dijeron que lo pasara a recoger a su hacienda; cosa que yo no hice porque me faltaba el dinero. Así que su gente la tiró a un río, y me dijeron que la esperara en la orilla.
Antes de morir, tu madre me hizo prometer que mataría a Arturo. Como no creo poder cumplir esa promesa, quiero que lo hagas en mi lugar. Lee las cartas… es vital. Y sobre todo, cuídate mucho. Recuerda que te amo, y pase lo que pase, tu vida está antes que la venganza.
Con amor,
Magdalena.

- Mario, espera. Acerca de lo que te quería preguntar ayer, cuando estábamos espiando la casa – comenzó Cely.
- Ah sí, ¿de que se trataba? – le preguntó Mario.
- Quería preguntarte, ¿por qué viniste conmigo hasta aquí?
Mario la contempló detenidamente bajo la luz de la luna. Sonrió débilmente, pero de manera sincera. Sus ojos brillaron con amor.
- Porque quería estar contigo – le respondió.

Se escucharon pasos en el pasillo. Lorena, la hija mayor de Arturo, abrió los ojos, y se removió nerviosa sobre la cama. Hacía días que soñaba que alguien entraba en su alcoba y la asfixiaba con una almohada. Tomó la daga que su padre le había regalado en su cumpleaños y la empuñó debajo de la colcha. Su corazón latía deprisa y ruidosamente. Un poco más y atraería la atención de la persona que recorría el pasillo. La puerta se abrió de golpe, una figura del tamaño de un niño de su edad entró de súbito y extendió el brazo hacia ella. Escuchó claramente una detonación y luego un agudo impacto en su seno derecho. La bala entró y salió, sin perforar nada vital. Lorena sofocó un grito, y se mantuvo inmóvil del susto y de la impresión hasta que la figura se marchó. Luego salió de la cama, empuñando la daga con la mano derecha, y presionando la herida superficial con la izquierda. Cojeando y mareada, salió de su alcoba.

Hilaria, la hija menor de Torres estaba dormida como un ángel. La despertó una fuerte detonación, y cuando reaccionó, se encontró con una niña de la edad de su hermana junto a ella en la cama. Le hundió un objeto de metal en el seno izquierdo, y escuchó una nueva detonación. Esta vez, el dolor se apoderó de ella. El agudo impacto atravesó su pequeño corazón, vaciando las cavidades de la sangre que debía ser expulsada hacia todo su cuerpo. Un hilillo de sangre caliente escurrió del labio entreabierto de la niña. Para cuando su cuerpo cayó pesadamente sobre la cama, Hilaria ya estaba muerta.

Ilia, la esposa de Arturo Torres, se despertó al mismo tiempo que su marido. Arturo corrió al ropero y sacó su carabina de doble cañón. Temblando de miedo, Ilia se llevó las cobijas al cuello en un acto de impotencia.
- ¡Las niñas viejo! – le gritó con voz de ratoncito a su marido.
Temblando de ira, su marido empuñó la carabina y cargó cartucho. Apuntó hacia delante, preparado para combatir lo que fuera que estuviese en la hacienda.
- ¡Escóndete! – susurró a su mujer.
Y con esto, el marido salió de su alcoba.

Lorena siguió al muchacho al pasillo, y sigilosamente se preparó para hundirle la daga en la espalda con todas sus fuerzas. Alzó el objeto metálico y lo hundió en el hombro. Mario soltó un grito y cayó de rodillas, tratando de alcanzar la daga hundida en su deltoide.
Si hubiera estado concentrada, el pulmón derecho de Mario estaría llenándose de sangre. Pero Lorena siempre había tenido mal pulso y nervios de chihuahueño.
Mario arrojó la daga al suelo y volvió la cabeza para ver a la responsable. En ese momento, Cely salía de la habitación con la pistola en alto. Lorena a su vez vió a la nueva intrusa y pegó un grito agudo, mientras alzaba las manos. Cely no lo dudó un segundo. Le disparó tres veces en el pecho. Lorena chocó contra la pared y se deslizó hasta el piso recargada en la misma. Las heridas que habían atravesado su cuerpo virginal dejaban su rastro de sangre en la pared. Una detonación impactó en el techo del pasillo. Cely y Mario gritaron de sorpresa.

- ¡Vamos! – gritó Cely.
Escuchó cómo se cargaba la escopeta de nuevo. Nerviosa y asustada, Cely miró a Mario con ojos suplicantes. El adolescente a su vez, cargó el revólver. Se mantuvo inmóvil junto a la esquina de la pared, escuchando los pasos. El brazo derecho colgaba inerte a un costado. La herida manaba mucha sangre. La vista de Mario comenzó a nublarse. Les faltaba poco para llegar a las escaleras, pero estaban del otro lado del pasillo. Si cruzaban, Arturo tendría un blanco directo. No podía arriesgar las vidas de ambos.
- Escúchame Cely, te voy a cubrir, y necesito que corras hasta las escaleras – le dijo Mario.
- No Mario, estamos en esto juntos, y juntos nos vamos o juntos morimos – respondió.
- Eres lo que mas quiero en este mundo. Con mi vida te protegeré. Tu venganza ya está hecha. Falta la mía.
- ¿De qué hablas, Mario? ¿Qué tienes tú en contra de Arturo? – le preguntó confundida.
- Una vez, yo vivía aquí. Soy el hijo de Arturo, y soy tu hermano. Ese desgraciado me echó de la hacienda cuando era un niño pequeño. Me vendió a un agricultor de tu pueblo. Ésta, es mi venganza.
Y sin decir más, salió de la esquina de la pared y se enfrentó a su padre en un tiroteo. Tuvo la ventaja. Al descubrir quien era el agresor, Arturo detuvo su disparo.
- ¡MARIO! – gritó sorprendido.
- ¡Muere padre imbécil! – vociferó, en un mar de ira.
Los disparos fueron múltiples. Cely atravesó el pasillo y se cubrió detrás del barandal de las escaleras. Contempló la escena horrorizada. Un disparo atravesó el cuerpo de Mario, haciendo volar pedazos de piel y sangre por el pasillo. Otro más le destrozó la pierna. Cely corrió hacia su hermano.
- ¡MARIOOOOO! – gritó.
Lo tomó en brazos, desesperada, sin saber realmente qué hacer. Le fulminaba todo el cuerpo con la mirada.
- Mario, no te mueras... – susurró.
Moribundo, Mario le sonrió débilmente, pero de manera sincera. El brillo de amor apareció de nuevo en sus ojos. Acarició el rostro de Cely con ternura.
- Nunca me voy a alejar de tu lado – le aseguró.

“La venganza no trae más que dolor, sufrimiento y agonía. Es un sentimiento tan propio del ser humano, y tan ajeno a las leyes naturales. Cuando veo a los animales, sé que ninguna especie tiene actos de venganza. Ningún animal puede odiar de la manera en que lo hacemos nosotros. Pero ahora sé que jamás en mi vida haré algo motivada por la venganza. Jamás. Mario, ésa es una promesa que hago sobre tu tumba. Jamás amaré a nadie tanto como a ti, de la manera en que te amé, aún a pesar de que siempre intuí que eras mi hermano.”
Cely colocó un ramo de flores sobre la tumba de Mario Torres. Rosas blancas, rosas, y rojas. Las blancas eran las favoritas de su madre, las rosas eran sus favoritas, y las rojas eran las favoritas de Mario. Aunque claro, ella no lo sabía.
Mientras las colocaba, cinco pétalos de rosas rojas se desprendieron de las flores y volaron al viento. Cely, ataviada con una ondeante túnica negra, contempló con los ojos vidriosos cómo los pétalos eran arrojados al cielo rojizo de la tarde.

1 comentario:

Ometopía dijo...

Tu cuento tiene algo que no me llamó mucho la atención. Tal vez el hecho de resultar hermanos. El que conociera desde antes el lugar es justificable más tarde, pero no hay una... se me hace falto de verosimilitud el hecho de que sean hermanos y él lo sepa´. sí, tenemos el que la protege y todo, pero... algo me choca...
De ahí en más... me mareó un poco tanto personaje para tan breve historia. Logré entenderle, eso sí.
Tú tienes una relación muy cercana con los olmos... tus textos lo delatan.

Jaa na !!