III
Se trata simplemente de huir, escapar, abandonar, como ratas, nuestra madriguera cuando las cosas salen mal. Tanto que aborrecemos a las plagas cuando nosotros mismos nos hemos convertido en una. Huimos de sismos y huracanes, de crisis personales y financieras. Podríamos llegar hasta la última orilla del mundo con tal de olvidar y purgar los pecados. Pero no se trata de eso, y sin embargo, no logramos entenderlo.
Soy uno más del rebaño, no por decisión autónoma, sino por el contexto familiar. Un inconforme con el cambio, intolerante a las mudanzas y adicto a la nostalgia. Tan vulnerable que prefiero caminar solo sin dejar que el aroma a rencor e insatisfacción invada mis narices. Por eso me bajo del camión y prefiero caminar, recorriendo las sendas casi inmutables, acariciando los recuerdos desvanecidos y los sueños perdidos. Nombres que ya no suenan, leyendas efervescentes de un pueblo que parecía urbe, y que ahora parece un pueblo con tamaño de urbe.
Esta ciudad fue testigo de las prematuras despedidas de mi infancia y adolescencia, años que aún guardaban cierta magia y misticismo. En ese entonces, las playas eran amplias por naturaleza, los hoteles bajos y la sociedad aún mantenía un grado de inocencia. Pero aún así, el dejo de refugio se permeaba en los constantes migrantes que se peleaban por los hogares en renta y los departamentos recién construidos.
Y así, los rumores sobre el paraíso permanecían siempre contradictorios: unos juraban que el lugar era la nueva versión de las minas de oro y otros que simplemente era una idealización de un sueño elitista y discriminatorio.
Las pruebas lo constatan. Es de noche y me encamino por las inmediaciones del Mercado 28, y atestiguo de primera mano las ruinas de un Cancún que ha muerto y resucitado decenas de veces. Ahora los negocios están cerrados, pero la historia sería similar si deambulara de día en septiembre u octubre. Este mercado se prostituyó tanto, que dejó de pertenecerle al pueblo, y se convirtió en una embajada de la zona hotelera. El precario balance se inclinó del lado equivocado, y ahora sufre para mantenerse vivo. El conjunto, complementado con Plaza Bonita, ofrecía soluciones eficientes para una sociedad pequeña. En algún momento coexistió la primera y única tienda Nintendo en la ciudad, los ya trascendentes raspados de kiosco, la boutique oficial de Kitty Bonita, una arcadia, una tienda de mascotas y las ahora extintas hamburguesas Dino’s. Y por ese pequeño lapso, viví en un lugar que satisfacía mis necesidades como preadolescente, que me ofrecía un solaz de descanso y normalidad: el escape perfecto del refugio de los fugitivos.
Y ese sólo fue el primero de las decenas de lugares que murieron con el primer Cancún, el que albergaba negocios construidos desde los cimientos, y que dio paso al Cancún de los conglomerados, de las cadenas y los monopolios, y a su vez, ése cedió el paso a los extranjeros, y a la globalización.
Porque finalmente, los fugitivos, los escapistas, los refugiados, aún tengan esperanzas invertidas y sueños hipotecados, no dejan de considerarse meros pasajeros en busca de un destino definitivo, lejos de aquí, en una ciudad “de verdad”, el hogar en el que vivirán luego de haberse forjado su propio sino en Cancún.
1 comentario:
Genial la forma en la que plasmas el Cancún real que solo los que han vivido en el saben, estaría bueno un libro sobre todo eso al menos las entradas me han parecido muy buenas.
Saludos :).
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