Horas nalga, las llamaban.
Esos momentos en los que nada haces sino esperar a que un proceso termine para continuar con tu trabajo. Tiempo perdido, tiempo invertido. Y el mundo continúa, allá afuera, indiferente de la necesidad del prójimo. A cada uno su tiempo, su dinero y su interés.
Sin nada que hacer, leo, bebo y espero en una larga mesa para ocho sin esperar a nadie más. Quizás alguien llegue y tome un asiento sin pedir permiso, conciente de su derecho y dispuesto a ejercerlo. O tal vez permanezca aquí, esperando el resultado - que depende completamente de la conexión Wi-Fi - mientras saboreo un café vendido como "intenso".
Curiosos personajes no paran de adornar los alrededores. Los amplios ventanales me permiten contemplar asosegado el devenir de una ciudad a la merced del extraño clima. La sirena se encuentra con un mínimo de visitas, pero aquellas que entran a consumir, son tan singulares como esporádicos.
Y entonces me invade la curiosidad. Se elevan las ganas de conocer sus historias, su pasado, sus motores. ¿Qué los trajo aquí, en este preciso sábado? ¿Que café eligieron? ¿De que hablan con tanta energía?
Una pareja de la tercera edad se sienta junto a la ventana. Sus rostros divididos en alto contraste, quemados por la grisácea luz lechosa filtrada de entre las nubes, y oscurecidos por la ausencia de iluminación interior. Bien podrían estar en su natal Estocolmo, la discusión en torno a dónde invertir sus ahorros de vida, o cómo ayudar a su hijo en bancarrota. Su idioma, tan seco e llano como sus expresiones, no revela nada más de la situación por la que pasan.
Un tursta asiático entra a la tienda, adquiere una bebida como un simple pretexto para obtener la contraseña de internet, y se dirige a la planta alta con todo su equipaje: dos mochilas, la primera a su espalda, de metro y medio, y la otra, tanto mas pequeña, en su pecho, una cangurera lateral y un par de sandalias colgando por fuera. El peso parece no afectarle, su preocupación se halla en el futuro, y se refleja en la ansiedad con la que lee un mapa de papel. Desaparece en el baño, quizás para asearse un poco, y se toma el tiempo necesario para descansar antes de reanudar su travesía por las calles del centro.
La llovizna obliga a un adolescente a buscar refugio bajo las sombrillas de la tienda, y, desesperado, revisa su celular en espera de algún amigo o familiar, al parecer. Pero nadie llega. El viento sopla con fuerza, y ni el pantaloncillo de futbol soccer ni la delgada playera sin mangas logran contener el frío que acompaña al húmedo mistral.
Dos mujeres pasan a su lado, tomadas de la mano, disimulando una sonrisa de complicidad, con la vsta puesta en el futuro lejano, ausentes de la realidad y el presente.
Y yo me limito a observar, por primera vez, impasible, ajeno, sin ánimos de involucrarme, porque ya tengo una vida digna y merecida de ser vivida.